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Por: Daniel Taborda

-¿Qué te indigna?

-Que las palabras del otro, sobre todo si ese otro es maestro,

no muevan nada en el espíritu de nadie.


   Quiero empezar con la premisa anterior porque va a ser el centro de mi reflexión: las palabras detonan cosas en el otro. ¿Qué quiere decir esto? Pues que el otro puede ser afectado de distintas maneras dependiendo de mis palabras. Hay que hacer la salvedad de que no me refiero a palabras del tipo: te insulto y me enfurezco, o me halagas y me sonrojo, o cuando se da una orden y hay resistencia para cumplirla, etc. No, no me refiero a eso. Las cosas a las que me refiero son de índole existencial, que hacen cambiar una forma de pensar, quitar un prejuicio, hacer frente a los sinsentidos de la vida, tratar de comprender más que de entender, etc. En fin, palabras que hacen que el otro no sea el mismo completamente, en contra postura de palabras que no causan ni motivan movimiento alguno en el espíritu del otro. Son palabras y son nada.


    Pero bueno ¿quiere decir esto que hay que trabajar en las palabras? Sí, hay que entender que no todas las palabras dicen algo, y por supuesto, que si las palabras pueden emancipar también pueden tiranizar. Voy a poner tres ejemplos concretos para darme a entender mejor. Tuve hace tiempo, un compartir de saberes llamado formación y constitución de subjetividades. Allí, la maestría del profesor no consistía tanto en darse a entender de una manera diáfana, aunque lo hacía, sino que su talento radicaba en la resonancia que su discurso provocaba. Lo que más recuerdo, es a la vez el efecto que generó en mí, fue cuando hablaba de un pedagogo alemán llamado Wolfgang Klafki. Lo que dijo el profesor versaba más o menos así:


    Para Klafki una clase se divide en tres momentos: un momento elemental, un momento ejemplar y un momento fundamental. Lo elemental es lo más básico que hay que tener en cuenta para empezar a discutir acerca de cualquier cosa, es decir, de lo que no se puede prescindir. Lo ejemplar es como el maestro convierte el saber experto en saber enseñable. Y lo fundamental, lo más importante, es lo que genera eco. Lo que suena y resuena en el otro. Es decir, lo que provocó un cambio sustancial de perspectiva, lo que hizo que nuevas preguntas surgieran de donde se supone todo estaba claro. Lo fundamental es todo aquello que incide directamente en las creencias, afianzándolas o mejor aún, haciéndolas tambalear, por eso también es violento. Lo fundamental debe su violencia a que puede crear tensiones o cavilaciones profundas en el lugar que aparentemente todo está bien, llegar a ser uno mismo en el otro. De ese modo, cuando hablo de que las palabras movilizan algo en el espíritu del otro, quiero decir que son palabras fundamentales.


    El segundo ejemplo, es el peligro inherente al uso de las palabras, que estas se vuelvan formas instaladas de creencias. Un caso, “en la vida hay que buscar cómo ser feliz” o “la vida es para ser feliz” o “el propósito de todo esto es poder ser feliz alguna vez”, y sus otros parafraseos tan reproducidos en los medios de comunicación. Frases que me incomodan ya que son lugares comunes o frases hechas que se aparecen como verdades evidentes y por eso se naturalizan, o sea, hacen parte del vivir sin ningún sometimiento a juicio. Se instalan en el pensamiento y jamás se piensa en otra posibilidad, “en la vida hay que ser feliz y ya”.


    Estos lugares comunes no invitan a emanciparse, invitan a casarse con una idea falsa y encasillarse en un formato previo: el formato felicidad íntimamente ligado con los valores de hiperconsumo e hiperutilidad. Puesto que, pensando cómo se entiende o más bien cómo se vive la felicidad hoy es difícil no concluir que es feliz el que consume lo que hay que consumir, como si ciertos objetos fueran contenedores de la promesa de la felicidad.


    Y el tercer ejemplo que está relacionado con el segundo. Qué tal si la frase se modifica: “la vida es una búsqueda de algo que aún no sabemos” o, “la vida no es para, no tiene una finalidad”. “Es un jardín de senderos que se bifurcan”, y uno puede encarar un acontecimiento como la vida de la manera que quiera, no hay caminos normales ni anormales, hay caminos.” Creo firmemente en que en la vida no hay nada normal. Si tengo en cuenta a Foucault, si algo es normal es porque viene de una norma, y si viene de una norma es porque alguien la puso ahí. En ese sentido, una promesa como la felicidad se enmarca dentro de unas dinámicas que están estandarizadas. Volviendo al ejemplo, palabras así movilizan el espíritu del otro hacia alguna parte, ¿por qué? porque se sale del formato previo, porque no coacciona la voluntad del otro.


    Hay además, otro asunto referente a las palabras que puede suscitar atención. Algo a lo que George Orwell nombra como enemigo del lenguaje escrito y comunicativo:

El gran enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad. Cuando hay una brecha entre los objetivos reales y los declarados, se emplean casi instintivamente palabras largas y modismos desgastados, como un pulpo que expulsa tinta para ocultarse (1946).


   Me refiero por supuesto a la frialdad e impersonalidad propias del lenguaje escrito académico. ¿Quiero decir entonces, que la escritura académica representa una brecha o un obstáculo para la comunicación? La respuesta obviamente dependería de la postura frente a la academia que cada uno asuma dependiendo de su interés con la academia. En este caso, desde una perspectiva docente, la respuesta es sí.


    El lenguaje impersonal y académico supone no solo una frialdad y monotonía en las palabras, como un recetario mecánico para escribir, sino, que también supone una distancia casi abismal con el mensaje que el texto académico guarda y los lectores a quienes quieren que llegue ese mensaje. Me explico mejor, ¿Quién no ha tenido alguna vez un profesor de talla investigador, reconocido internacionalmente, pero que en el aula, cero docente? Por ejemplo, llega este profesor a la clase con un monte de hojas y empieza el camino a morir: el profesor se sienta y empieza a leer su documento, fruto de sus falocéntricos esfuerzos, con un tono monocorde hasta que uno a uno los estudiantes empiezan a caer dormidos.


    Es en ese sentido, que muchas de las enseñanzas de estos profesores se asimilan o se memorizan por los estudiantes en función del examen. El problema de este asunto lo describe muy bien Estanislao Zuleta cuando escribe que: “[…] lo peor que le puede pasar a uno en el mundo, ser estudiante y leer para presentar un examen y como no lo incorpora a su ser, lo olvida” (1982). Es decir, cuando la enseñanza se basa en contenidos y que estos contenidos sean vaciados en el examen para luego ser olvidados ¿cómo hacer pues para que el saber no se vuelva instrumental, para que el estudiante lo vuelva parte de su ser y no olvide? Lamentablemente, si esta pregunta fuese fácil de responder el problema pedagógico de la educación estaría resuelto hace años. Pero la educación se trata de lidiar con el accidente, y los accidentes no se preveen.


    Volviendo al tema de la escritura, es necesario pensar el ejercicio de escribir en función de una perspectiva pedagógica, no burocrática. El burócrata de la academia escribe para instalarse en la parte más cómoda del dispositivo, en la que hay mejor sueldo y menos esfuerzo. Por eso su escritura es gélida, no escribe para nadie, o más bien, para otros burócratas. Desde la perspectiva pedagógica, el profesor tiene algo de divulgador, su escritura es diáfana, clara y sincera. Da la sensación de que una persona lo redactó para que yo lo leyera; tiene el potencial de hacer que el ser del otro se mueva, que explore partes de la subjetividad nunca exploradas antes. Pero para eso es necesario, por un lado, el deseo de que el estudiante se venza a sí mismo todo el tiempo, y por otro, que el maestro quiera ser superado por el alumno, apertura del conocimiento. Explicaré esto brevemente, si el maestro no quiere o no pretende ser superado por su alumno, ese profesor está en el lugar incorrecto.


    Ya para finalizar, he dado tres ejemplos y una perspectiva con respecto a la redacción “académica” que creo, contienen con más claridad la idea de las palabras como momentos fundamentales y ejercicios de escritura para el otro. La propuesta es entonces, a repensar en las palabras. Que sean palabras que no impongan sino que guíen, que no coaccionen sino que ayuden a la libertad, que no aburran sino que generen resonancia, que inviten a repensar la subjetividad de cada uno y ver qué tanto han influido las palabras de otros y de qué forma. También, así como hay palabras que dicen cosas, también hay palabras que no dicen nada, están vacías. Son dichas de manera apresurada o sin interés, de ahí que se olviden con facilidad dejando un sentimiento de desapego. Distinto de las que sí dicen, y aunque puedan decir “verdades hechas”, también pueden emancipar. Por eso hay que pensarlas y repensarlas cada vez con más criticidad.


Referencias


Foucault, M. (1996). El orden del discurso. Las Ediciones de la Piqueta. Disponible en: http://www.ram-wan.net/restrepo/hermeneuticas/10.el-orden-del-discurso.pdf

Orwell, G. (1946). La política y el lenguaje inglés. Disponible en: http://bioinfo.uib.es/~joemiro/teach/material/escritura/Polyidres.pdf

Zuleta, E. (1982). Sobre la lectura. Disponible en: https://www.mineducacion.gov.co/cvn/1665/articles-99018_archivo_pdf.pdf

 
 
 

Actualizado: 2 mar 2019

Por: Luis Fernando Quiroz

quiroztorm@gmail.com


Pero a un hombre que intenta acomodar la ciencia

a un punto de vista que no provenga de ella misma

(por errada que pueda estar), sino de fuera,

a un punto de vista ajeno a ella,

tomado de intereses ajenos a ella,

a ése le llamo canalla.

K. Marx


No hay respuestas equivocadas del oráculo: hay solo preguntas erróneas

sobre la base de actitudes equivocadas. R. Bazlen


Hay quienes sentencian que la ciencia es ajena a la política. La separación confiere a sus cultores la autoridad de la objetividad: actividad más allá del bien y del mal, de la ideología y de la fatalidad cultural, sentada a la diestra de la Idea. A su siniestra, los más enconados detractores esgrimen que la fatalidad de la cultura o del sesgo ideológico, o sea la condición inevitable e irreducible de vivir en sociedad, de suscribir y rechazar ideas y valores que nos precedieron, impide cualquier forma de objetividad. Todo es ideología. Frente a la díada de teoría y crítica, el primer grupo desecha la crítica, conduce al absoluto del científico puro, de sabor positivista, incompatible con cualquier expresión política; el segundo desecha la teoría o, a mejor decir, conduce a la identificación absoluta, de sabor panfletario, entre teoría y crítica, entre científico y político. Es deber de científicos puros ceñirse estrictamente a sus investigaciones sobre problemas objetivamente dados cuyo peso desmitifica el método de supuestos críticos radicales; es deber de críticos radicales afirmarse estrictamente en contra de misteriosos mecanismos sociales cuyo cuestionamiento devela el sesgo ideológico de supuestos científicos puros. Ambos grupos, merced a una curiosa inversión política, reclaman para sí la elevada dignidad de ser los prometeicos tutores de la sociedad, siempre tan trivial y desorientada. Por lo mismo, sin confrontación lógica de argumentos que responda con claridad cuáles son sus fundamentos, ambos se abrazan para sentarse, impasibles, en los pantanos del Dogma.

    La ciencia no es ajena a la política, pero tampoco se subsume a ella. Su imbricación tiene su parte más evidente en el hecho de que la vocación científica, como consagración a la búsqueda de la verdad más que a la defensa de alguna Verdad inmaculada, no se ejerce en un más allá supramundano, sino en un más acá intramundano, en la vorágine de la cotidianidad. No en vano, bajo el Antiguo Régimen, muchos de los grandes filósofos que tortuosamente superaron el perpetuo onanismo de la escolástica fueron aristócratas o recibieron ─y padecieron─ el mecenazgo de monarcas. No en vano se dice, en estos días de Nuevo Régimen, que no solo de créditos vivimos los estudiantes, como no solo de pan la humanidad ─bien lo sabemos los de universidades estatales y nuestros catedráticos, bien lo olvidan algunos de nuestros titulares y el grueso de los políticos latinoamericanos─. La cuestión de ciencia y política puede así plantearse con la pregunta por la relación entre Universidad y sociedad, más específicamente por las condiciones materiales, prácticas y burocráticas, bajo las cuales intentamos hacer de la Universidad un espacio para la vocación científica, no el lugar de una jerarquía eclesiástica más.

    El encargo social que posibilita en nuestras universidades el desempeño del ejercicio científico, más que un elogioso reconocimiento, es un encargo de inmensurable peso. Él entraña un permanente desafío ético cuya desatención lo convierte en un vacuo privilegio, en ocasiones de por vida. El desafío, suerte de escepticismo lúdico como el que presenta Rodrigo Zuleta en los “Contextos borgianos para El Quijote” (Filología, No. 4), exige romper con todo dogma. Se debe hallar así un fundamento epistemológico y lógico adecuado para el ejercicio científico, pero admitiendo siempre la duda y la discusión para no convertirlo en nuevo sustituto de religión. Si se comprueba la absoluta fatalidad ideológica o esterilidad del ejercicio científico, de manera necesaria por medio de algún procedimiento igualmente fundado ─acaso confusa contradicción en los términos, artificio que se sabotea a sí mismo─, al igual que si se rechaza el encargo o se abdica de mantenerlo, se ha de dar un paso al costado, por lo menos, antes de verse viciado de osteoporosis estamentaria. Tal es un atributo del que uno mismo es responsable, sea por pretender absolutizar la objetividad o la relatividad científicas, e impele a perpetuarse como tutor. Su único medio: reconocer la relatividad de la inteligencia, negarse al diálogo y forzar a los demás a permanecer en una rampante ignorancia ─usualmente en la propia─ para nivelarse así como la inteligencia social, como el Oráculo del cual esperar siempre respuestas autorizadas, incontestables y programáticas.

Uno de los vicios más recurrentes en la vida universitaria de hoy en día se relaciona con la publicación científica. Al respecto, el 4 de octubre del año pasado fue publicado en El Espectador un refrescante análisis crítico titulado “No hay científicos prolíferos, hay mala conducta científica”. Uno de los puntos de su autor, Daniel Manrique Castaño, es que la “cultura científica basada en publicaciones” no garantiza la calidad y escrupulosidad de un trabajo ─grado de participación de sus supuestos autores, rigurosidad en el método, integridad de los datos, reporte completo de resultados, positivos y negativos─, así que fundar su rigurosidad ─su cientificidad, digamos─, no en el propio punto de vista científico, sino en la legitimación de una revista indexada, supone en la práctica un mayor obstáculo para la ciencia. A la larga, la busca incesante de la verdad habría sido reemplazada por los mismos científicos e instituciones que reglamentan y legislan el quehacer científico ─como entre nosotros, en máximo rango, Colciencias y el nuevo Ministerio de Ciencia─ por la busca de estímulos económicos por publicación. Bajo las actuales condiciones burocráticas, esta nueva busca, la de estímulos económicos, ilustra que científicos puros y críticos radicales más se acercan y se transfiguran en un nuevo tipo: los académicos parasitarios; “en otras palabras, los científicos no están haciendo ciencia”, concluye Manrique.

   Aunque el autor es un doctorando en neurología en la Universidad Hospital de Essen, Alemania, razón por la que se centra en el caso de las ciencias naturales, no resulta difícil sacar el mismo balance para todo el espectro de las ciencias sociales. En nuestra Facultad, por ejemplo, el 26 de noviembre pasado se informó, por el correo del Boletín de noticias, sobre la publicación de un trabajo de grado de un egresado por la Editorial Académica Española. Sin embargo, esta editorial es considerada por el Comité de Asuntos Docentes de la Universidad como una “editorial depredadora”, es decir, un tipo de editorial que busca publicar por publicar o, más precisamente, publicar por simple renta económica, a desmedro de la rigurosidad científica, tipo de medio que es homólogo de las “revistas depredadoras” sobre las cuales hubo un evento el 13 de abril del año pasado, organizado por la Escuela Interamericana de Bibliotecología y Vicerrectoría de Investigación. Ambos medios depredadores son así la necesaria contracara de la búsqueda del estímulo económico.

    Un ejemplo más cercano sea quizás el de forzar el principio que supone autotélico el conocimiento para presentar como investigación científica cualquier interpretación hermenéutica tomada de entre la marejada infinita de ellas, en virtud de una mutabilidad de los signos, del llamado carácter abierto de la obra. De ahí se presupone que toda interpretación es en igual medida potencialmente válida, o sea que ninguna cuenta con el estatuto de Verdad absoluta, y que la producción interpretativa es potencialmente infinita. El abuso hermenéutico empieza en el momento en que al nuevo esfuerzo interpretativo no se llegue, explícitamente, por el discernimiento de un problema de investigación. Se interpreta y se publica porque sí, porque se puede: tal es la consigna. El abuso fue facilitado por el abandono de la filología moderna y de su método histórico y comparativo, propuesto por los hermanos Friedrich y August Schlegel, abandono que condujo en el siglo XX a los incipientes estudios literarios y lingüísticos a los formalismos y estructuralismos que suponen las obras literarias y las lenguas producidas en abstracto, sin asidero sociohistórico alguno que restrinja las ocurrentes fugas hermenéuticas. Para sintetizar la cuestión, sirvámonos de las palabras de Rafael Gutiérrez Girardot, quien advirtió el vicio de ese nuevo horizonte disciplinar hiperespecializado: “la elaboración abstracta de una teoría cuyo objeto, la literatura, se convierte en medio de demostración”, o sea el regreso al perpetuo onanismo escolástico.

    No se trata de censurar ni aún de devaluar el esfuerzo interpretativo estrictamente hermenéutico, ni siquiera aquel esfuerzo que se ciñe a-temporalmente a la obra ─sea literaria o de otra índole─ por sí misma; en cambio, creo que debemos convenir en que ese esfuerzo no se adecúa satisfactoriamente a los presupuestos de investigación académica formal: las más de las veces, intentarlo le conferirá cierta sistematicidad explícita en la revisión del material estético, pero a costa de una artificialidad que anula la potencia creativa a la producción crítica. El resultado puede considerarse como un producto muerto que no interesa para los ejercicios académicos de objetividad científica, de neutralidad valorativa, ni para aquellos escenarios en los que se pensaba presentar la apuesta de juicios de valor: así nos lo puso de manifiesto Juan Diego Buitrago con el caso del “Teatro para filólogos” (Filología, No. 6). Muchas de las actuales revistas indexadas de estudios literarios pueden considerarse como los exclusivos catálogos de tales productos muertos: en sus páginas abundan las firmas de críticos radicales y académicos parasitarios, no así rastros de lectores. La circunstancia, con todo, sirve para pensar en el fundamento científico de ciertos estudios y en su impacto social, en la capacidad de satisfacer la exigencia ética implícita en toda sincera vocación científica.

   Manrique se muestra escéptico sobre el problema de la publicación viciosa. Advierte que probablemente no cambie el escenario ni en un mediano plazo y lamenta que “las nuevas generaciones de científicos se estén formando con esas ideas”. En tal dirección, la obsesión de la publicación por la publicación tiene un ejemplo más en nuestra Facultad: el mismo 26 de noviembre salió a luz el primer número de Panglós, revista estudiantil de filología. Ante las imposiciones burocráticas de Publindex y Colciencias ─aceptadas en mayor o menor medida por profesores y universidades─, “[nace] con el fin de permitir a los estudiantes del nivel pregradual de la educación colombiana participar de las dinámicas investigativas que las políticas académicas actuales difícilmente les permiten”. Pero la investigación no consiste en la participación en dinámicas editoriales y del formato de artículo indexado. Las excede. Dicha revista pretende, puesto en perspectiva, satisfacer la demanda de un medio académico formal específico de ese nivel educativo, o sea tornar más funcionales las políticas de Publindex y Colciencias. Para tal fin encuentra un gran impedimento, empero: por su naturaleza no puede ser indexada y, por consiguiente, los estudiantes que publiquen en ella aspirando a acreditar una trayectoria investigativa para sus postulaciones a posgrado y a becas ─a despecho de la calidad de una contribución como la traducción “«Del Cuaderno P». Roberto Bazlen” del filólogo Juan Felipe Varela (Panglós, No. 1)─, no podrán sino acreditar una publicación tipificada como “divulgación” o “apropiación social del conocimiento”. Es la misma tipificación a la que se ve sometida esta gacetilla, o Experimenta. Revista de divulgación científica de la Universidad de Antioquia, o cualquier otro medio periódico con ISSN. Aun así, no es la primera revista estudiantil fundada con ese propósito en la Universidad de Antioquia. Bajo un absurdo burocrático ─análogo a la falta de experiencia laboral para empezar a trabajar─, también nosotros aprendemos los vicios de la cultura basada en publicaciones: el pregradista, futuro académico parasitario, no debe formarse, debe publicar. Es clara la paradoja: la única garantía actual para la profesionalización del científico contraviene la vocación científica.


Corolario: recientemente se decidió exigir el cumplimiento estricto del Reglamento de trabajos de grado de Letras y de Filología Hispánica, en particular lo relativo a su extensión: incluidos bibliografía, anexos, dedicatoria y demás pertrechos, “no puede ser menor a 30 páginas ni superar las 50 (fuente Times New Roman 12, interlineado doble, ver normas APA). El Reglamento de trabajos de grado, en su numeral 5, así lo dispone. Tal norma no es caprichosa: debido a los tiempos de escritura y posterior evaluación, es difícil llevar a término el proceso cuando el texto supera tal extensión. Los trabajos que superen las páginas indicadas serán devueltos para su debida edición”. La extensión reglamentada apunta irremediablemente a la brevedad del artículo científico. Sin embargo, la tipificación tiene una excepción: ediciones críticas, única modalidad, además, que permite el trabajo en parejas. De hecho, esta ruta de trabajo de grado ha sido puesta como culminación de la formación básica del nuevo pénsum, en su quinto semestre, siendo antes exclusiva de la línea de profundización literaria al término del pregrado. Más valioso que preguntarse por el funcionamiento de pregrados como ciencias políticas, sociología o historia, en los que la extensión usual de trabajos de grado supera las cien páginas contando siempre con dos evaluadores, cabría preguntarse entonces si una investigación pregradual de 50 páginas obtendría el Premio a la Investigación Estudiantil de la Universidad de Antioquia o, inclusive, el Premio Nacional Otto de Greiff. El admirable trabajo de Cristina Gil, recientemente galardonado con ambos premios, excede con creces las cincuenta páginas, al igual que todos los de edición crítica. ¿Qué consecuencias podemos sacar de esas discrepancias entre las modalidades de trabajo de grado tipificadas ya, las limitaciones y excepciones que fungen como cierto reconocimiento a priori, los estímulos y reconocimientos a posteriori y el problema de la publicación viciosa? ¿Es este el “estado de incertidumbre” investigativa del que nos habló Mahecha Restrepo (Filología, No. 2)? ¿Se fomenta así un nuevo tipo de filólogo, uno sin amor a la palabra, sin eros por el conocimiento, sin afecto lógico ni “alquimia del deseo” (Carlos Rivas, Filología, No. 2)?, ¿una filología, en suma, que no es ni filosofía, ni semiótica (Pedro Agudelo, Filología, Nos. 1 y 8), ni sociológica, ni histórica, sino tan solo la inveterada técnica de la ecdótica? ¿Qué ruleta rusa ha determinado, año tras año, el sin sentido de todo nuestro sistema universitario?


Luis Fernando Quiroz Jiménez

Niquía, 24II2019


 
 
 

Por: Diana Giraldo Gallego

dandrea.giraldo@udea.edu.co


    La Organización de Naciones Unidas (ONU) declaró el 2019 como el Año Internacional de las Lenguas Indígenas. Un año internacional, para la ONU, tiene como objetivo despertar el interés sobre un tema mundial. En este caso concreto, su fin es un llamado a la preservación, revitalización y promoción de las lenguas indígenas de nuestra Tierra.


    El 2019 coincide con la conmemoración de los 400 años de la GRAMATICA EN LA LENGVA GENERAL DEL NVEVO REYNO, LLAMADA MOSCA [2] (1619), escrita por el dominico Fray Bernardo de Lugo (ver Imagen 1). Esa fue la única gramática que se publicó sobre el muisca, pues de esa época sobreviven cuatro vocabularios, dos gramáticas, catecismos y confesionarios, todos ellos manuscritos.

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Imagen 1. Portada del ejemplar localizado en la Universidad del Rosario [3]

   La Gramática de Lugo, como también se le conoce, se ha usado como fuente primaria para la elaboración de trabajos descriptivos del muisca, como el de Quesada Pacheco (2012), y también comparativos con las lenguas chibchas que se hablan, o se hablaron, desde América Central hasta Colombia. Resalto el legado de Adolfo Constenla Umaña y María Stella González de Pérez.


    La obra de Fray Bernardo de Lugo se escribió y publicó durante la época en la que el muisca aún vivía. De esa única edición se conservan algunos ejemplares en el mundo:


-Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, Biblioteca Luis Ángel Arango y Universidad del Rosario (digitalizado y con acceso en línea)[4].

-Santiago: Biblioteca Nacional de Chile. Digitalizado y con acceso en línea[5].

-Providence, Estados Unidos: Universidad de Brown. Digitalizado y con acceso en línea[6].

-Madrid: Biblioteca de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.

-Londres: Museo Británico.


    La obra de Lugo inicia con un soneto en español y su versión en muisca (ver Imagen 2 y 3). Nicholas Ostler (s. f.) presentó una versión en español moderno de ese soneto y su traducción al inglés. Luego de la Fe de erratas, le siguen un Privilegio, una Licencia, unas Aprobaciones, el Prólogo al lector y el apartado de la gramática. Por último, un Confesionario[7] (ver Imagen 4). Hay que recordar que este tipo de obras se hacían para aprender la lengua con el fin de evangelizar: “era el libro de texto que debían usar los curas doctrineros en los pueblos de indios a su cargo” (Gamboa Mendoza, 2010, p. 21).


De la Gramática de Lugo también se han hecho algunas ediciones facsimilares, entre ellas figuran:


-La de 1978 con introducción de Manuel Alvar y publicada por Ediciones Cultura Hispánica del Centro Iberoamericano de Cooperación en Madrid.

-Las de 1979 y 2013 por el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario/Universidad del Rosario.

-En 2010 el Instituto Colombiano de Antropología e Historia presentó una transcripción comentada por Jorge Augusto Gamboa Mendoza, investigador de esa institución.


   La conservación de algunos ejemplares, las ediciones facsimilares y la edición comentada resaltan la importancia de la obra de Lugo para el conocimiento del muisca.


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Imagen 2. Soneto en español del ejemplar localizado en la Biblioteca Nacional de Chile


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Imagen 3. Soneto en muisca del ejemplar localizado en la Biblioteca Nacional de Chile


    Que el 2019 sea el motivo para conmemorar los 400 años de la GRAMATICA EN LA LENGVA GENERAL DEL NVEVO REYNO, LLAMADA MOSCA y que el Año Internacional de las Lenguas Indígenas cumpla sus objetivos de preservación, revitalización y promoción, para que el acercamiento a las lenguas podamos hacerlo, siempre, a partir de su contexto vivo.

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Imagen 4. Primera página del Confesionario. Ejemplar de la Universidad de Brown


[*] Agradezco a Daniela Gómez Rodríguez, estudiante de Filología Hispánica, por dar lectura previa a este artículo y por sus sugerencias.

[2] El chibcha, muisca o mosca era la lengua que se hablaba en la capital de Colombia, cuyo topónimo tiene su origen en esta lengua: Muyquyta ‘Bogotá’ .

[3] Gamboa Mendoza (2010, p 30) indica que las anotaciones a mano en este ejemplar, tanto en la portada como en el interior, “pueden considerarse indicios del uso que se le dio a la obra”.

[4] Se puede consultar en: http://repository.urosario.edu.co/handle/10336/19096?platform=hootsuite

[5] Se puede consultar en: http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-8658.html

[6] Se puede consultar en: https://archive.org/details/gramaticaenlalen00lugo/page/n299

[7] Para una descripción del contenido, remito al lector a González de Pérez (1980) o directamente a la obra.


Referencias:


    Lugo, F. B. (1619). GRAMATICA EN LA LENGVA GENERAL DEL NVEVO REYNO, LLAMADA MOSCA. Madrid: Barnardino de Guzmã.

    Gamboa Mendoza, J. A. (2010). GRAMÁTICA EN LA LENGUA GENERAL DEL NUEVO REINO, LLAMADA MOSCA. Fray Bernardo de Lugo. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia.

    González de Pérez, M. S. (1980). Trayectoria de los estudios sobre la lengua chibcha o muisca. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.

    Ostler, N. (s. f.) Fray Bernardo de Lugo: Two Sonetts in Muisca. En Actes: La "découverte" des langues et des écritures d'Amérique.

    Quesada Pacheco, M. A. (2012). Esbozo gramatical de la lengua muisca. En Estudios de Lingüística Chibcha (31), pp.7-92.

 
 
 

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