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Actualizado: 19 mar 2020

Ante el grito que el niño lanzaba por un golpe de su hermana, la madre le reveló: “¡péguele pa’ que aprenda, berriondo!”. Y el niño ni roncó. Más habría tardado un colibrí en levantar vuelo. Esta escena no es infrecuente entre nosotros, pero quizás por esto mismo tampoco se suele reparar en un pequeño detalle. Sí, escrito con b: berriondo, preciada moneda de las montañas antioqueñas que todavía hoy guarda cierto valor de cuando fue acuñada.


     A ese cuando pertenecen unas palabras también centenarias: “cada vez me convenzo más de que estudiar es orar”. La íntima confesión del entonces estudiante de ingeniería Efe Gómez, apuntada con discreción en una libreta, yo mismo la he repetido con extrañamiento. Estudiar es orar. Efe, se dice, nunca se graduó de la Escuela de Minas, entonces parte de la Universidad de Antioquia: habría rechazado la formalidad de la titulación en protesta por la injusta expulsión de un caro amigo. Pero hasta morir, estuvo convencido de que la formación universitaria termina por enfermarnos la cabeza con ideas imposibles en sociedades compuestas, en esencia, por “almas rudas”. Lo habría sido la sociedad suya. Lo sería la nuestra. Acaso lo sean todas. Estudiar es orar. Tomás Carrasquilla, poco después, entre risas y chascarrillos sentenció con solemnidad: “la fe es en todo superior a la razón”. Carrasquilla nunca se graduó de jurisprudencia en el Colegio de Antioquia, al que conoció recién vuelto universidad. Pero falleció sin ceder en el elogio al rector y artífice de la reforma: el “Caballero de Cristo”, epíteto con que consagró a Pedro Justo Berrío y su “cruzada” para librar a “Antioquia” del peligro de liberales, socialistas, protestantes y masones. Como todas, la cruzada, además de bélica, fue en lo primordial de ideas: el “Caballero de Cristo” afirmó el triunfo de su cruzada con un ambicioso programa educativo por el que fueron fundadas no pocas escuelas, todas articuladas alrededor del Alma máter antioqueña.


      El empuje de la cruzada hallaba simpatías más allá de las montañas regionales. Por ejemplo, un sabio conductor de los destinos de este país, curiosamente también apellidado Gómez, mediando el siglo xx solía repetir: “los moderados son los peores”. A la par arengaba en contra de toda idea y valor que él no compartiera. Y amplia fue la lista, engrosando sin palabra ni duda la amenaza informe, pero siempre roja. Todo era reductible a esta cuestión. El doctor Laureano quiso ser nuestro Juan Donoso Cortés, quiso ser nuestro general Francisco Franco: apostó por el gesto hostil que defendiera el valor primordial del sacrosanto espíritu nacional, acuñado en lo hispánico y lo católico, y, como tantos más a su lado, en su contra o en su supuesta contra, instigó una larga Guerra Civil, otra cruenta e innecesaria cruzada. Sin que esta todavía acabe, y ante la reciente máxima de “si lo veo le doy en la cara, marica”, cortesía de Uribe Vélez, en la acaso ingenua oración del joven estudiante Efe se condensa la formación en la intolerancia civil, política y religiosa, que tantas lágrimas aún hoy nos cuestan.

José A. Silva. Detalle del billete de 5000 COP (9XI2016)

      Cabrían muchísimos más nombres. No hace falta ahora mismo: todos ellos se han obstinado en sus creencias. En su creencia. Ante ella, José Asunción Silva no ofrece más que una lección nacional de moral: suicidio por sincero arrepentimiento tras jugar, y perder, la sublime fe de sus mayores. Y así nos lo venden, con su mirada de frágil infante, admirado de quien sí comprende las palabras del que murió en la cruz y sobreviviente en el renovado y contradictorio santoral de los billetes nacionales… Pues estudiar es orar encarna no solo persecuciones, exilios y castigos callados en Silva —y Baldomero Sanín Cano—, sino también en Débora Arango, Virginia Gutiérrez de Pineda, Luis Vidales y Gabriel García Márquez. Aun así, entre innúmeros otros, ellos también demuestran que estudiar no es orar.


     Estudiar no es orar, no por fatal incompatibilidad con la vida religiosa, que ilustres casos están a la mano el teólogo Lessing y su Nathán el Sabio (1779), el pietista Kant, el claretiano Gordo Álvarez, el mosén Jaramillo Arango, sino porque aquellos padres de la patria se han empeñado a todo costo en la lógica del amigo o el enemigo. Sin términos medios. Y cuando por accidente o audacia lo hubo, sin ambigüedad deshicieron la inadmisible contradicción: suicidio intelectual, rehusaron las exigencias del mundo moderno asegurándose de que su cruzada se perpetuara con la fundación de más escuelas, institutos y universidades en donde, en suma, no se estudiara ni criticara, sino que se repitiera sus precisas palabras. Estudiar es orar: acto de fe, palabras sin pronunciar, sin respuesta imprevista ni argumento admisible. Se nivelaron ellos como la inteligencia de la sociedad. Equipararon Universidad y confesionario. Cuántos sin saberlo, y cuántos con saberlo, no los secundan todavía.


       Pero estudiar, atrevámonos ya, es exigente dialogar: escuchar divergencias, conciliar contrarios, construir base común y también sobre ella. El lenguaje, el diálogo, la crítica o el estudio no se desvive en lambonerías y encomios, pero tampoco hostiliza ni vitupera; no levanta muros, sino que tiende puentes: afirma la empatía necesaria para acercarse a lo extraño. De ahí que desborde la estricta unidad burocrática de cualquier dependencia académica. Es el sentido mismo de la Universidad.


      Hoy es titánica la deuda no solo de la Universidad, sino también de la sociedad fundada sobre esas ideas, sobre esos valores. Pero también hoy, con la aparente distancia que nos ofrecen los años, sabemos que el mundo no se ha acabado, que harto que sigue andando, que amenaza no es quien piense diferente, no quien levanta la voz, sino quien levanta la mano, quien apuesta a la gloria de la espada y el fusil. Nuestra tarea no es la repetición por la repetición, por culto a la tradición, tenga la forma que se le quiera dar. Todo lo contrario. La crítica, la búsqueda racional y el esfuerzo incesante por la coherencia es nuestro norte. Nosotros, recordémoslo, amamos aún. Soñamos aún. No es oportuno todavía descansar.


Niquía, 10II2020

 


Un país que siembra cuerpos (22XII2019). Fotografía de Ysai Muñoz Bueno

Adenda: el jueves 20 de febrero de 2020 es un hito. Marca la continuación de un surco de autoritarismo estatal, uno con precisión definido en las intervenciones artísticas de las protestas de fines de 2019: “Un país que siembra cuerpos, ¿qué cosecha?”. Cabe añadir: ¿qué cosecha si no solo usa términos vaciados de sentido —paz, autonomía universitaria, apenas para no alargarnos ad infinitum—, o sea que vive sin sentido alguno, sino que también se golpea y, aturdido, celebra el golpe recibido? No otra cosa ha vuelto a ocurrir con la Universidad, sustancia de toda vida nacional moderna. Y de nuevo de la mano de apellidos sin pretensión de abolengo, en lo cual dicha fecha también marca una continuación. Solo que este tipo de apellidos ha optado en no pocos casos por la resignación permisiva o la colaboración entusiasta ante aquel otro tipo que sí tiene tal pretensión, que sí la consigue justificar o forzar y que, ante la masificación universitaria estatal y la consiguiente multiplicación de universidades privadas, únicamente concibe la escalada de la represión y de la vulneración de derechos como medio para perpetuar el irresponsable estado de cosas, para perpetuar tal pretensión. Este hito es otro contrahíto de nuestra historia social. Pero la renuncia a un derecho y a la razón por el abuso que de ellos se haga nunca ha conseguido plantar ningún árbol, hacer que eche raíces, que medre y fructifique. Este esfuerzo es estudiar, que no orar, y por ningún golpe ni amenaza se aprende. No es oportuno todavía descansar.


Medellín, 21II2020

 
 
 

     No se me olvidará la vez en que vi a uno de mis profesores de filología traduciendo un texto de Schlegel sobre Lucinda, una de las grandes novelas románticas. Me preguntó: «¿te suena mejor “beso contra beso” o “beso a beso”?» Conque eso era traducir: estar inseguro de lo que se dice. Pues sí, así lo definiría. La labor de un traductor consiste en cuestionarse cuál es el límite: ¿se puede o no se puede decir? ¿Suena mejor si lo traduzco literalmente o debo darle otro giro más libre? Todo el tiempo dudamos, pero debemos proponer una solución. Si lo piensan detenidamente, es una actividad tortuosa, ya que, a veces, ni siquiera el mismo traductor tiene la certeza de lo que aparece en el original. ¿Podríamos denominarlo una suerte de traición? Tal vez. Pero es una traición necesaria, ya que ni siquiera el traductor se las sabe todas, ni es un diccionario andante, la mayoría de las veces ni siquiera tiene contacto directo con el autor para saber con precisión lo que implica cada palabrita. Es, ante todo, alguien que interpreta unos símbolos, unos significados y unos significantes cargados de dobles sentidos, llenos de juegos de palabras y de desajustes. Traducir es pensar en el qué dirán y en el cómo te leerán. En esta labor tan incómoda siempre saldrá alguien a decir: «Yo tengo una mejor versión». Entonces el trabajo de uno se va al garete, ya que siempre la desconfianza reina y nadie —o pocos— creen en uno.


     Si el lector reflexionara por un momento sobre lo que significa traducir un mero libro, se quedaría consternado. ¿Cuántas horas se habrá pasado el traductor vertiendo La metamorfosis de Kafka al castellano? Es un libro de escasas 80 páginas, dependiendo de la editorial. Si somos optimistas, cada paginita le llevaría una hora; es decir, 80 horas de la vida de un ser humano delante de un texto descifrando cuál es la palabra más conveniente, sorteando los sonidos, las cadencias, el ritmo interno, la prosa y, en fin, todos los elementos que deben considerarse cuando queremos inmortalizar a un autor en una lengua de destino. En otras palabras, siempre será comprometedor. Pero la vida es demasiado corta como para aprender a profundidad alemán, francés, japonés o sánscrito en el caso de que deseáramos leer en el original a nuestros escritores preferidos. Si ya de por sí es complicado leer a un escritor de gran alcance en nuestra lengua materna, imagínense leerlo en su lengua original. Aquí lanzo mi humilde opinión: para leer en una lengua extranjera o, más exactamente, en una lengua que no fue adquirida como materna, siempre se requerirá una traducción. Pese a que llevo más de 12 años aprendiendo alemán, siento que difícilmente llegaré al nivel de un hablante nativo. Esto no significa que sea imposible, sino que siempre surgirán restricciones. Traducir es, a decir verdad, poseer un espíritu investigativo, inquisitivo, desconfiado y osado. Nunca se puede aseverar que lo dominamos. Es un ejercicio que exige siempre autoevaluación, autocrítica.


     ¿Realmente entendemos todo lo que traducimos? No, no siempre entendemos todo, debemos recurrir a blogs, diccionarios, enciclopedias, manuales y a colegas para tener una garantía. Esta es una vocación desbordante, ya que las palabras nos engañan y muestran ser lo que no son. Aparte de esto, el tiempo no juega a nuestro favor. Una página nos puede llevar dos horas o un poco más, dependiendo de si se trata de un texto complejo, especializado, repleto de tecnicismos, o de frases mal formuladas, ambiguas y sin cohesión alguna, pues todas estas dificultades forman parte de los gajes del oficio, a los que nos vemos abocados tarde que temprano. Cerramos el libro, y creemosque captamos el mensaje. Pero al final llegamos a la penosa conclusión de que se nos escapó algo, que tal equivalencia no era la acertada, que podría haber otras posibilidades, otros matices dignos de ser revisados.


     Pienso que en Filología Hispánica deberíamos tener una mayor cercanía con la traducción, ya que es uno de los fenómenos lingüísticos que más han servido y aportado a la humanidad y que siempre trae consigo tantas críticas y debates. Casi todos los libros que hemos leído provienen de otras lenguas. La Biblia, las obras de Shakespeare, los poetas malditos franceses, El Principito, los manuales de yoga, Harry Potter y, en fin, una larga serie de libros y escritos los hemos disfrutado gracias a esa labor ingente de la traducción. Otra persona se tomó el trabajo de entregarnos una obra decodificada, dispuesta para ser consumida en nuestra lengua materna, como si hubiera estado disponible en esta misma desde su génesis.


     Justo ahora estaba buscando el significado de una palabra para un texto que va a servir de introducción en la Staatliche Bauhaus y que ustedes podrán apreciar en este número de la gacetilla Filología: Unbildlichkeit. Ningún diccionario oficial de la lengua alemana la registra. “un-” es una partícula adversativa para componer palabras, es decir, sería lo contrario de “bildlichkeit”, la cual se entiende como “iconicidad”, “imaginería”, “plasticidad”, “graficidad”. Como se habrán dado cuenta, es bastante compleja la elección. ¿Ahora qué diablos significa que sea “un-”? “iniconicidad” o “falta de iconicidad”, “carencia de iconicidad”? Se me han ido por lo menos 20 minutos de la vida buscando qué pueda ser esto. ¿Cómo resolver el problema? Esto es traducir, amigos míos. Sería una especie de goce, es decir, algo que produce placer y a la vez molestia, cansancio, inquietud. Esa es la vida de un traductor común y corriente: dar sentido a las palabras, pensar en el otro, sufrir por el sentido. ¿“¿Qué quieres decir?”, “Dame más contexto”, “Sé más claro”, “Por favor, dame otra pistica… Esas son las plegarias del traductor. ¿Qué tenemos un cuadro psicológico especial? Yo creo que sí. Pues partimos de lo incierto, lo extraño, lo singular, lo contingente. Queremos hacer las veces del autor original, pero siempre debemos sacrificar algo.


     Ustedes que me leen en español están tratando de traducir en su mente este breve comentario. Tal vez pasamos por alto que todos somos “traductores” cada vez que, ante una determinada situación, exclamamos alguna de estas expresiones: “¿Qué me habrá querido decir?”, “¿Me quiere o no me quiere?”, “No te entendí”, “Explicámelo con plastilina”. Me atrevería a afirmar con cierto patetismo: la vida se nos va pensando en lo que el otro quiso decir, esto es, traduciendo sus palabras y sus silencios. Cada generación requerirá de otra versión, y requerirá intérpretes, hermeneutas, expertos en semiología, semiótica, etc., para poder entender lo que se quiso decir. ¿Un lector del siglo XXI entiende al Quijote con facilidad? ¿Un costeño o bogotano podría leer sin dificultades a Tomás Carrasquilla? Nuestra vida está mediada por esta necesidad.

 
 
 

Hola, contame, ¿podemos hablar?, ¿qué hora es por esas tierras?, ¿apenas te levantás? Lo siento, me apena, desde que te fuiste a Nueva Zelanda no tengo con quién hablar, que jodida fue para mí tu jubilación y vos tan contento que andás. Bien, bien, ella está bien, es un roble, y pensar que todos creíamos que no despertaría, que después del accidente ya no regresaría a nosotros; sí, seis meses exactos, qué buena memoria, ja, ja, ja, ja, y hasta sabés sumar cabrón, ja, ja, ja, ja, ja, ¿será que sos matemático?


Sí, sí, ya te voy a contar, dejame tomo aire. Es que lo que tengo para contarte es muy fuerte para mí y lo llevo como un clavo ardiente en la mano o como una daga en el corazón, me quema, me duele, me hace daño… ¡ja, ja, ja, ja, ja, ja!, no… no, no me ha dado por la poesía, vos sabés que lo mío igual que vos, son los números. Ella ya está en casa, está débil, no obstante, se recupera, ríe, duerme menos y ya casi se normalizan sus rutinas, porque después de despertar del coma eso ha sido lo más difícil, todavía algunas noches se despierta y en el día duerme y hace cosas raras como ducharse cuando no ha amanecido, es como si estuviera reajustándose entera. A veces dice cosas loquísimas, creo que salidas de alguno de los sueños que debió tener mientras estaba inconsciente. Vaya uno a saber en qué mundos anduvo, pero sigue siendo dulce, muy dulce y yo siento que la amo más que nunca, por eso lo que te voy a contar me duele tanto. Ve, a todas estas, ¿vos me recibirías por allá en Nueva Zelanda?, ¿creés que podría conseguir un trabajo? Pensalo, pero no me respondás ya que nos vamos por esa ruta en la conversación y es mejor soltar mi cuento de una vez.


Vos ya te habías ido cuando ella se accidentó, hablamos por esos días, extrañamente la comunicación fue casi imposible, ya lo del accidente te lo describí bien por correo y no vale la pena recordarlo, solo quiero que sepás o que te acordés que ella, según los médicos, no viviría. Eso fue muy muy doloroso para mí, además porque las primeras semanas apenas si pude verla, no dejaban entrar a nadie a cuidados intensivos. Lo anterior es para ponerte en el contexto, me imagino que te vas dando cuenta de que lo mío es un peso en la consciencia.


Con todo lo ocurrido me refugié en mis clases, en mis estudiantes, en mis lecturas de las biografías de los matemáticos que vos y yo tanto admiramos. Comenzaba un nuevo semestre, nuevos alumnos, nuevos integrantes del grupo de investigación y de lecturas. Para mí, y vos lo sabés, siempre son solo eso: alumnos, pero esta vez no, miré, dejé que el diablo entrara, miré a las chicas, en concreto a una de ellas, la llamaremos V., no, no te voy a decir quién es, déjala V., así, no más.


Se me acercó después de la primera clase y me dijo que quería hacer parte del grupo de lectura de las biografías, que le habían hablado muy bien de él, que le gustaba mucho el trabajo que hacíamos en los colegios con los chicos, ella quería hacer parte de eso, sí, perdoná que te repita “que ella quería hacer parte”, es que me pongo nervioso, es la primera vez que lo cuento y estoy temblando, ya sabés por dónde voy. ¡Claro que entró al grupo!, y era muy inteligente y muy bella, escribía bonito; se quedaba de última en las clases y en el grupo de estudios, siempre me llevaba café y me acompañaba, al terminar la sesión, hasta el parqueadero. Yo me subía al coche y me despedía, no le preguntaba nada porque ya sabía que ella buscaba la manera de que yo la llevara a su casa o a la mía y para mí eso era el peligro total, fui capaz de evitarla por algunas semanas, ¡hombre!, el accidente estaba reciente, estaba confundido y el dolor me abarcaba todo. Invitarla al coche, acercarla a su casa me parecía una falta de respeto con mi esposa, y V. lo sabía, era delicada hasta en su conquista. Yo estaba sufriendo, aunque no demostraba nada ante mis compañeros y estudiantes, pero su compañía fue un ritual al terminar mi jornada en la Universidad. ¿Qué por qué no quise contarte nada en esos días?, pues no sé, no quería dañar tu felicidad de jubilado con mis cuitas, te imaginaba haciendo lo que te daba la gana como te lo merecías, con tu esposa, y lo mío era muy mío y muy triste, era la vida de la mujer con la que he pasado casi todos mis años la que se me escapaba; era la jovencita que se me metía… me parecía bastante cliché la escena como para contártela.


Mi esposa es mi primer amor, era el amor, lo es. Sin embargo… sí, sí, sí me acosté con V, dejame a mi ritmo en esta narración, porque no es solo cargo de consciencia, escuchame y vos me decís que es lo que tengo adentro. V, es bellísima y muy joven y también inteligente, se parece un poco a ella, pero mi esposa es más dulce, y más, mucho más inteligente; V... V. es más joven, ¡ya sé que te lo he dicho y que lo supones desde el principio!, son los nervios, ¡ahhh no jodás!, números, siempre números, te respondo: tiene veinticinco años menos que yo y se me fue metiendo de a poco en el corazón o en el pito será, o no sé en dónde, en la soledad y en la tristeza. Yo nunca había sido infiel y me jode que sucediera en el momento más triste, como si la perdiera dos veces, por muerte y por traición.


La primera vez fue en mi casa, en nuestra casa, el carro estaba en reparación, había estado toda la mañana en el hospital porque ya nos permitían visitas, llevaba dos meses de ese ritual “conversatorio” con V, ¿suena feo, cierto, eso de ritual conversatorio?, y la noche anterior me había enviado unas fotos raras, me saludaba, me hablaba de Euler en el correo, de la carta sobre el azul del cielo y al final anexaba fotos suyas, una en el mar, con las olas y el azul del horizonte al fondo, estaba desnuda pero a lo lejos, se insinuaban sus senos, a mí me dio escalofrío y ganas, en las otras creo que estaba en su cuarto también desnuda, pero no eran imágenes con buena resolución, yo veía sus formas. En la mañana, al día siguiente, en el hospital, no podía ni mirarla, aunque estuviera dormida, sentía vergüenza de algo que todavía no había hecho pero que sabía que haría. En la tarde respondí el correo y me encontré con ella en la entrada de la universidad, sí hombre, le puse una cita para aclarar lo que estaba sucediendo; esa noche caminamos porque el carro estaba dañado como ya te dije; caminamos, caminamos, fueron casi dos horas hasta mi casa, yo seguí esa dirección consciente o inconscientemente, o quizás porque era la única que tomaba apenas salía de la universidad, “piloto automático” como se suele decir. Cuando mi chica estaba consciente, me moría por besarla al llegar a casa, ella se escondía detrás de la puerta para asustarme, siempre lo lograba, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ¿te acordás de eso?, entraste vos primero a mi casa y ella te asustó a vos y no a mí, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, se puso roja de la vergüenza, así la conociste y así siguió siendo y seguirá porque sé que pronto volverá a ser la misma. Deberías recibirme unos días en Nueva Zelanda, con ella.


En el camino V. me confesó que quería amanecer un día conmigo, pero que no lo tomara a mal, que era solo dormir, abrazarme a ver si me quitaba esa tristeza tan evidente, solo dormir, me decía ella que dormía tan mal y que pensaba que yo le curaría el insomnio y ella a mí la tristeza. La dejé entrar, la dejé usar nuestro baño, lavarse la cara y prepararse como si fuera mi esposa para entrar en la cama conmigo, nos abrazamos y fui yo quien la besó, y ella decía: solo dormir, te dije, solo eso, pero yo la besé y ella se dejó y fui yo también quien la desvistió mientras pensaba, esto no, eso no, no puedo hacerlo, no puedo, es un error, pero seguía y seguía... No dormimos en toda la noche, nos tocamos, nos liberamos, pero también hablamos y escuchamos música, luego volvíamos a unirnos. Sudé, sudamos, nos reímos y yo pensaba que la vida me quería tanto, tanto que me daba felicidad frente a la pérdida inminente, me justifiqué con el “ella morirá”. Llegué a pensar que incluso desde ese mundo del sueño ella había hecho algo para enviarme a un nuevo amor para que me cuidara en su ausencia, me justifiqué de mil maneras, vos sabés cómo es eso porque lo mismo hiciste tú cuando te llevaste a la cama a la mejor amiga de tu esposa… perdón mi hermano por comparar, perdón por estas babosadas, pero por suerte siguen juntos ustedes dos y más enamorados que antes, porque esos errores más bien te hacen ver que con el amor no se juega y que el diablo de tanto en tanto se mete. Lo del diablo no es porque me haya vuelto creyente, perdoná que lo nombre y que hable del mundo del sueño siendo yo tan racional, no es que ya me haya convertido en religioso, es que no encuentro otra palabra para definirlo, no quiero creer ni pensar en solo biología e impulsos corporales, me parece un exceso de materialismo y de cosificación, que es una palabra tremendamente fea, y ya me suena casi a sacerdocio. En fin, pendejaditas mi hermano, lo mío es vil traición.


Esa semana hablé con la familia de mi esposa para que fueran a visitarla porque yo no podía, dije, me justifiqué con los compromisos de la universidad, de mi desgaste, de mi tristeza y ellos lo entendieron así. Me dediqué al cuerpo y al amor de V. casi a diario, despertó en mí un deseo y una alegría inimaginables. La veía en la clase y se me dibujaba en el rostro esa risita estúpida de “ponqué”, que he escuchado que la llaman así los estudiantes, de adolescente enamorado. Era feliz, la besaba en los pasillos vacíos, después de clase, en la entrada de los baños, en los parques por los que caminamos, la semana se hizo mes, los meses se multiplicaron, hasta que mi esposa despertó.


Pálida, sin fuerzas, los músculos no le respondían, pero sus ojos brillaban, preguntó por mí, me dijo su hermana y lo confirmó la enfermera que justo presenció el milagro, ¿vos si ves cómo estoy hablando?, me desconozco por completo, parezco un profeta o un apóstol o un predicador. El caso es que mi linda despertó y a mí se me vino el mundo encima porque jodida cosa es la consciencia, pensé matemáticamente en una demostración del amor fallida porque en la ecuación siempre el resultado era mi esposa y yo me fui por la variable de V. Esa noche y esos días ya no respondí a V. y la evité en clase y en el grupo, no me tomé el café, se me partía el corazón también al verla porque todo su cuerpo hablaba, evidentemente estaba triste, sus ojos eran un desastre del llanto, hasta falté a una cita y no me excusé con ella.


Mi amor llegó a casa, pedía mi atención permanente y yo no podía dársela, aunque quisiera, me sentía malo, me sentía traicionero y mi cuerpo estaba vibrando distinto, no fui capaz de tocarla, de acariciarla, de mimarla, la cuidé como se cuida a la madre en recuperación, no a la esposa, y ella se dio cuenta. Yo expliqué muy bien que era la conmoción, que no podía despertar de mi asombro de tenerla nuevamente en casa y que me daba miedo tocarla porque no quería dañarla, sentía que nuestra vida debía dar un vuelco, un cambio después de los meses de dolor vividos. Amigo, voy a colgarte un instante porque me quiebro y necesito respirar. Te llamo en un minuto.


Hola, ya puedo hablar de nuevo… dime algo que ya he hablado mucho yo, ajá, sí, sí, gracias hermano, me ayuda lo que me cuentas, sí, sí, claro que también he pensado eso, por eso mismo es que hablo con vos porque lo has vivido y puedes darme un buen consejo. ¿Sigo?, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ya veo que eres tan chismoso como cualquiera, sigo entonces, pero antes te agradezco por hacerme reír, hace rato que no puedo. Bueno, el caso es que antes ya había hablado con V.de un posible futuro juntos si mi esposa moría, ella estaba entusiasmada, cuando la amaba decía mi nombre y decía “te amo y te quiero conmigo”. Perverso hermano, muy perverso.


Mi esposa es inteligente y también intuitiva, una mañana justo al despertar me dijo que la vida comenzaba en ese instante, que todo lo de atrás eran sueños y pesadillas, me dijo que ese era el minuto cero de un presente continuo que para mí fue como el perdón por una confesión no hecha, o el perdón por eso que ella ya sabía de mí, era como si me dijera “no tienes que contármelo, tu tormento vale por una disculpa”, es hermosa esta mujer pero ya sabés que el tormento era doble, ¿cómo iba a decírselo a V?... ¡claro que ya se lo dije!, no tuve opción, ella me esperó y no quiso irse hasta que habláramos, yo llamé a casa y me excusé porque iba a tardar, le dije que cenara sola y yo me fui a un restaurante con V., uno muy lejano para evitar posibles conocidos. Ella lloró durante todo el camino, pero me contó que tampoco estaba limpia, que ya sabía que mi esposa estaba bien y en casa porque esas cosas se saben en los pasillos de la universidad, que le molestaba mi silencio pero que sentía que era como un castigo porque ella había deseado que mi esposa no despertara, quería que muriera para tenerme solo para ella… estaba jodidamente enamorada y la vi tan niña y tan frágil que me sentí el hombre más malo de la tierra. La abracé fuerte, admiré su belleza, su cuerpo y su inteligencia, la manera en la que me había amado y lo que me había hecho sentir, pero le dije también que era una niña y que tenía mucho por vivir, que yo era un viejo ya, con vicios y sombras, y que el universo o la matemática la había salvado de un tonto como yo, que con los años se daría cuenta de que no valgo tanto como ella creía, la animé a terminar la carrera y a olvidarme, aunque le dije que podía contar conmigo siempre. Eso lo dije con el corazón, sin embargo, me escuché diciendo las mismas palabras que puede decir cualquier hombre con menos inteligencia y más primario que yo. En resumidas cuentas, cualquier cretino, y eso es lo último que quisiera contar.


Al parecer todo está bien, V. pasea contenta por la universidad con sus amigos y hasta supe que se fue a vivir con su exnovio, me alegré y me dolió también, dolorcito de macho, inevitable. Con mi chica las cosas van mejorando, tanto su salud como la relación, aunque yo no logro sanar de esa falta cometida aun sabiendo que tengo su perdón, no entiendo cómo puede ella vivir en el presente y yo anquilosado en ese pasado reciente, se me quiebra el corazón al pensar que pudo haber muerto y que yo llegué a creer que era lo mejor para poder vivir mi romance con la jovencita… ¡uufffff, mi hermano!, pero ahora respiro profundo después de haberlo contado, después de saber que alguien me escucha y no me juzga, sos un gran amigo, sos un gran amigo…

 
 
 

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