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XXXIII

Hola, contame, ¿podemos hablar?, ¿qué hora es por esas tierras?, ¿apenas te levantás? Lo siento, me apena, desde que te fuiste a Nueva Zelanda no tengo con quién hablar, que jodida fue para mí tu jubilación y vos tan contento que andás. Bien, bien, ella está bien, es un roble, y pensar que todos creíamos que no despertaría, que después del accidente ya no regresaría a nosotros; sí, seis meses exactos, qué buena memoria, ja, ja, ja, ja, y hasta sabés sumar cabrón, ja, ja, ja, ja, ja, ¿será que sos matemático?


Sí, sí, ya te voy a contar, dejame tomo aire. Es que lo que tengo para contarte es muy fuerte para mí y lo llevo como un clavo ardiente en la mano o como una daga en el corazón, me quema, me duele, me hace daño… ¡ja, ja, ja, ja, ja, ja!, no… no, no me ha dado por la poesía, vos sabés que lo mío igual que vos, son los números. Ella ya está en casa, está débil, no obstante, se recupera, ríe, duerme menos y ya casi se normalizan sus rutinas, porque después de despertar del coma eso ha sido lo más difícil, todavía algunas noches se despierta y en el día duerme y hace cosas raras como ducharse cuando no ha amanecido, es como si estuviera reajustándose entera. A veces dice cosas loquísimas, creo que salidas de alguno de los sueños que debió tener mientras estaba inconsciente. Vaya uno a saber en qué mundos anduvo, pero sigue siendo dulce, muy dulce y yo siento que la amo más que nunca, por eso lo que te voy a contar me duele tanto. Ve, a todas estas, ¿vos me recibirías por allá en Nueva Zelanda?, ¿creés que podría conseguir un trabajo? Pensalo, pero no me respondás ya que nos vamos por esa ruta en la conversación y es mejor soltar mi cuento de una vez.


Vos ya te habías ido cuando ella se accidentó, hablamos por esos días, extrañamente la comunicación fue casi imposible, ya lo del accidente te lo describí bien por correo y no vale la pena recordarlo, solo quiero que sepás o que te acordés que ella, según los médicos, no viviría. Eso fue muy muy doloroso para mí, además porque las primeras semanas apenas si pude verla, no dejaban entrar a nadie a cuidados intensivos. Lo anterior es para ponerte en el contexto, me imagino que te vas dando cuenta de que lo mío es un peso en la consciencia.


Con todo lo ocurrido me refugié en mis clases, en mis estudiantes, en mis lecturas de las biografías de los matemáticos que vos y yo tanto admiramos. Comenzaba un nuevo semestre, nuevos alumnos, nuevos integrantes del grupo de investigación y de lecturas. Para mí, y vos lo sabés, siempre son solo eso: alumnos, pero esta vez no, miré, dejé que el diablo entrara, miré a las chicas, en concreto a una de ellas, la llamaremos V., no, no te voy a decir quién es, déjala V., así, no más.


Se me acercó después de la primera clase y me dijo que quería hacer parte del grupo de lectura de las biografías, que le habían hablado muy bien de él, que le gustaba mucho el trabajo que hacíamos en los colegios con los chicos, ella quería hacer parte de eso, sí, perdoná que te repita “que ella quería hacer parte”, es que me pongo nervioso, es la primera vez que lo cuento y estoy temblando, ya sabés por dónde voy. ¡Claro que entró al grupo!, y era muy inteligente y muy bella, escribía bonito; se quedaba de última en las clases y en el grupo de estudios, siempre me llevaba café y me acompañaba, al terminar la sesión, hasta el parqueadero. Yo me subía al coche y me despedía, no le preguntaba nada porque ya sabía que ella buscaba la manera de que yo la llevara a su casa o a la mía y para mí eso era el peligro total, fui capaz de evitarla por algunas semanas, ¡hombre!, el accidente estaba reciente, estaba confundido y el dolor me abarcaba todo. Invitarla al coche, acercarla a su casa me parecía una falta de respeto con mi esposa, y V. lo sabía, era delicada hasta en su conquista. Yo estaba sufriendo, aunque no demostraba nada ante mis compañeros y estudiantes, pero su compañía fue un ritual al terminar mi jornada en la Universidad. ¿Qué por qué no quise contarte nada en esos días?, pues no sé, no quería dañar tu felicidad de jubilado con mis cuitas, te imaginaba haciendo lo que te daba la gana como te lo merecías, con tu esposa, y lo mío era muy mío y muy triste, era la vida de la mujer con la que he pasado casi todos mis años la que se me escapaba; era la jovencita que se me metía… me parecía bastante cliché la escena como para contártela.


Mi esposa es mi primer amor, era el amor, lo es. Sin embargo… sí, sí, sí me acosté con V, dejame a mi ritmo en esta narración, porque no es solo cargo de consciencia, escuchame y vos me decís que es lo que tengo adentro. V, es bellísima y muy joven y también inteligente, se parece un poco a ella, pero mi esposa es más dulce, y más, mucho más inteligente; V... V. es más joven, ¡ya sé que te lo he dicho y que lo supones desde el principio!, son los nervios, ¡ahhh no jodás!, números, siempre números, te respondo: tiene veinticinco años menos que yo y se me fue metiendo de a poco en el corazón o en el pito será, o no sé en dónde, en la soledad y en la tristeza. Yo nunca había sido infiel y me jode que sucediera en el momento más triste, como si la perdiera dos veces, por muerte y por traición.


La primera vez fue en mi casa, en nuestra casa, el carro estaba en reparación, había estado toda la mañana en el hospital porque ya nos permitían visitas, llevaba dos meses de ese ritual “conversatorio” con V, ¿suena feo, cierto, eso de ritual conversatorio?, y la noche anterior me había enviado unas fotos raras, me saludaba, me hablaba de Euler en el correo, de la carta sobre el azul del cielo y al final anexaba fotos suyas, una en el mar, con las olas y el azul del horizonte al fondo, estaba desnuda pero a lo lejos, se insinuaban sus senos, a mí me dio escalofrío y ganas, en las otras creo que estaba en su cuarto también desnuda, pero no eran imágenes con buena resolución, yo veía sus formas. En la mañana, al día siguiente, en el hospital, no podía ni mirarla, aunque estuviera dormida, sentía vergüenza de algo que todavía no había hecho pero que sabía que haría. En la tarde respondí el correo y me encontré con ella en la entrada de la universidad, sí hombre, le puse una cita para aclarar lo que estaba sucediendo; esa noche caminamos porque el carro estaba dañado como ya te dije; caminamos, caminamos, fueron casi dos horas hasta mi casa, yo seguí esa dirección consciente o inconscientemente, o quizás porque era la única que tomaba apenas salía de la universidad, “piloto automático” como se suele decir. Cuando mi chica estaba consciente, me moría por besarla al llegar a casa, ella se escondía detrás de la puerta para asustarme, siempre lo lograba, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ¿te acordás de eso?, entraste vos primero a mi casa y ella te asustó a vos y no a mí, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, se puso roja de la vergüenza, así la conociste y así siguió siendo y seguirá porque sé que pronto volverá a ser la misma. Deberías recibirme unos días en Nueva Zelanda, con ella.


En el camino V. me confesó que quería amanecer un día conmigo, pero que no lo tomara a mal, que era solo dormir, abrazarme a ver si me quitaba esa tristeza tan evidente, solo dormir, me decía ella que dormía tan mal y que pensaba que yo le curaría el insomnio y ella a mí la tristeza. La dejé entrar, la dejé usar nuestro baño, lavarse la cara y prepararse como si fuera mi esposa para entrar en la cama conmigo, nos abrazamos y fui yo quien la besó, y ella decía: solo dormir, te dije, solo eso, pero yo la besé y ella se dejó y fui yo también quien la desvistió mientras pensaba, esto no, eso no, no puedo hacerlo, no puedo, es un error, pero seguía y seguía... No dormimos en toda la noche, nos tocamos, nos liberamos, pero también hablamos y escuchamos música, luego volvíamos a unirnos. Sudé, sudamos, nos reímos y yo pensaba que la vida me quería tanto, tanto que me daba felicidad frente a la pérdida inminente, me justifiqué con el “ella morirá”. Llegué a pensar que incluso desde ese mundo del sueño ella había hecho algo para enviarme a un nuevo amor para que me cuidara en su ausencia, me justifiqué de mil maneras, vos sabés cómo es eso porque lo mismo hiciste tú cuando te llevaste a la cama a la mejor amiga de tu esposa… perdón mi hermano por comparar, perdón por estas babosadas, pero por suerte siguen juntos ustedes dos y más enamorados que antes, porque esos errores más bien te hacen ver que con el amor no se juega y que el diablo de tanto en tanto se mete. Lo del diablo no es porque me haya vuelto creyente, perdoná que lo nombre y que hable del mundo del sueño siendo yo tan racional, no es que ya me haya convertido en religioso, es que no encuentro otra palabra para definirlo, no quiero creer ni pensar en solo biología e impulsos corporales, me parece un exceso de materialismo y de cosificación, que es una palabra tremendamente fea, y ya me suena casi a sacerdocio. En fin, pendejaditas mi hermano, lo mío es vil traición.


Esa semana hablé con la familia de mi esposa para que fueran a visitarla porque yo no podía, dije, me justifiqué con los compromisos de la universidad, de mi desgaste, de mi tristeza y ellos lo entendieron así. Me dediqué al cuerpo y al amor de V. casi a diario, despertó en mí un deseo y una alegría inimaginables. La veía en la clase y se me dibujaba en el rostro esa risita estúpida de “ponqué”, que he escuchado que la llaman así los estudiantes, de adolescente enamorado. Era feliz, la besaba en los pasillos vacíos, después de clase, en la entrada de los baños, en los parques por los que caminamos, la semana se hizo mes, los meses se multiplicaron, hasta que mi esposa despertó.


Pálida, sin fuerzas, los músculos no le respondían, pero sus ojos brillaban, preguntó por mí, me dijo su hermana y lo confirmó la enfermera que justo presenció el milagro, ¿vos si ves cómo estoy hablando?, me desconozco por completo, parezco un profeta o un apóstol o un predicador. El caso es que mi linda despertó y a mí se me vino el mundo encima porque jodida cosa es la consciencia, pensé matemáticamente en una demostración del amor fallida porque en la ecuación siempre el resultado era mi esposa y yo me fui por la variable de V. Esa noche y esos días ya no respondí a V. y la evité en clase y en el grupo, no me tomé el café, se me partía el corazón también al verla porque todo su cuerpo hablaba, evidentemente estaba triste, sus ojos eran un desastre del llanto, hasta falté a una cita y no me excusé con ella.


Mi amor llegó a casa, pedía mi atención permanente y yo no podía dársela, aunque quisiera, me sentía malo, me sentía traicionero y mi cuerpo estaba vibrando distinto, no fui capaz de tocarla, de acariciarla, de mimarla, la cuidé como se cuida a la madre en recuperación, no a la esposa, y ella se dio cuenta. Yo expliqué muy bien que era la conmoción, que no podía despertar de mi asombro de tenerla nuevamente en casa y que me daba miedo tocarla porque no quería dañarla, sentía que nuestra vida debía dar un vuelco, un cambio después de los meses de dolor vividos. Amigo, voy a colgarte un instante porque me quiebro y necesito respirar. Te llamo en un minuto.


Hola, ya puedo hablar de nuevo… dime algo que ya he hablado mucho yo, ajá, sí, sí, gracias hermano, me ayuda lo que me cuentas, sí, sí, claro que también he pensado eso, por eso mismo es que hablo con vos porque lo has vivido y puedes darme un buen consejo. ¿Sigo?, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ya veo que eres tan chismoso como cualquiera, sigo entonces, pero antes te agradezco por hacerme reír, hace rato que no puedo. Bueno, el caso es que antes ya había hablado con V.de un posible futuro juntos si mi esposa moría, ella estaba entusiasmada, cuando la amaba decía mi nombre y decía “te amo y te quiero conmigo”. Perverso hermano, muy perverso.


Mi esposa es inteligente y también intuitiva, una mañana justo al despertar me dijo que la vida comenzaba en ese instante, que todo lo de atrás eran sueños y pesadillas, me dijo que ese era el minuto cero de un presente continuo que para mí fue como el perdón por una confesión no hecha, o el perdón por eso que ella ya sabía de mí, era como si me dijera “no tienes que contármelo, tu tormento vale por una disculpa”, es hermosa esta mujer pero ya sabés que el tormento era doble, ¿cómo iba a decírselo a V?... ¡claro que ya se lo dije!, no tuve opción, ella me esperó y no quiso irse hasta que habláramos, yo llamé a casa y me excusé porque iba a tardar, le dije que cenara sola y yo me fui a un restaurante con V., uno muy lejano para evitar posibles conocidos. Ella lloró durante todo el camino, pero me contó que tampoco estaba limpia, que ya sabía que mi esposa estaba bien y en casa porque esas cosas se saben en los pasillos de la universidad, que le molestaba mi silencio pero que sentía que era como un castigo porque ella había deseado que mi esposa no despertara, quería que muriera para tenerme solo para ella… estaba jodidamente enamorada y la vi tan niña y tan frágil que me sentí el hombre más malo de la tierra. La abracé fuerte, admiré su belleza, su cuerpo y su inteligencia, la manera en la que me había amado y lo que me había hecho sentir, pero le dije también que era una niña y que tenía mucho por vivir, que yo era un viejo ya, con vicios y sombras, y que el universo o la matemática la había salvado de un tonto como yo, que con los años se daría cuenta de que no valgo tanto como ella creía, la animé a terminar la carrera y a olvidarme, aunque le dije que podía contar conmigo siempre. Eso lo dije con el corazón, sin embargo, me escuché diciendo las mismas palabras que puede decir cualquier hombre con menos inteligencia y más primario que yo. En resumidas cuentas, cualquier cretino, y eso es lo último que quisiera contar.


Al parecer todo está bien, V. pasea contenta por la universidad con sus amigos y hasta supe que se fue a vivir con su exnovio, me alegré y me dolió también, dolorcito de macho, inevitable. Con mi chica las cosas van mejorando, tanto su salud como la relación, aunque yo no logro sanar de esa falta cometida aun sabiendo que tengo su perdón, no entiendo cómo puede ella vivir en el presente y yo anquilosado en ese pasado reciente, se me quiebra el corazón al pensar que pudo haber muerto y que yo llegué a creer que era lo mejor para poder vivir mi romance con la jovencita… ¡uufffff, mi hermano!, pero ahora respiro profundo después de haberlo contado, después de saber que alguien me escucha y no me juzga, sos un gran amigo, sos un gran amigo…

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