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Editorial N°6

Actualizado: 7 may 2019

La Red de Estudiantes de Filología nació en el 2016 en el marco de una coyuntura que movilizó a una parte de los estudiantes de Letras: Filología Hispánica. La inconformidad ante el proceso de transformación curricular, que devino en la actual Filología Hispánica, se abocó en ese momento a un movimiento asambleario. Tradicionalmente, los estudiantes de filología han sido mayoritariamente apáticos y pasivos políticamente, acomodados en el placer teórico que brinda una de las humanidades de raigambre más aristocrática que pervive en nuestros días. Por eso tal movimiento fue algo peculiar. Sin embargo, como la mayoría de los movimientos estudiantiles —la apatía no es monopolio nuestro—, la movilización se desgastó hasta desaparecer. Fue ante ese fracaso que algunos comprendimos que lo que más le hace falta al pregrado, a la facultad, a la universidad, a nuestra sociedad, son espacios para el encuentro y el fortalecimiento del tejido social. Muchos estudiantes desprecian a sus compañeros y, en el fondo, se desprecian a sí mismos: no confían en que puedan hacer algo frente a los problemas que afectan a su comunidad. O, peor, su ensimismamiento es tan profundo que no les importa en lo más mínimo el bienestar colectivo y carecen de la visión para comprender que su suerte está conectada a la de los demás. Nosotros creímos que el trabajo de base necesario para que los individuos sepan organizarse y actuar ante las coyunturas se fundamenta en la apropiación de la cultura y la academia, pues estos son los puntos de convergencia de la vida universitaria. Esa es la intención de la Red y de la publicación que en este momento llega a ustedes, nuestros lectores. En el país, la solución de las problemáticas sociales tienden a prolongarse o simplemente no llegar. Por eso es difícil distinguir cuándo empieza una coyuntura, si alguna vez termina y si realmente es tal. Sin embargo, así como en el 2010 la reforma que se pensaba hacer a la Ley 30 movilizó al país, la reforma tributaria y la dilatada omisión de la crisis de financiamiento de la universidad pública requieren un movimiento de tal o mayor magnitud que podría ser este. No hay manera de saber en este momento si la agitación actual se convertirá en ese movimiento o se desvanecerá luego de la primera efervescencia, como suele pasar. Los profesores, cumpliendo con su deber como grupo ilustrado y, por supuesto, unificados por el desfalco salarial, están marcando la ruta. Este es un llamado a los estudiantes de filología y al estudiantado en general a que participe críticamente de los espacios que aparecen en esta crisis y a que cree formas y espacios nuevos para la acción, si se siente inconforme con los existentes, para que no permita que pocos decidan por muchos el devenir de nuestra universidad. Filología es un espacio académico y cultural y tanto la academia como la cultura tienen que responder ante las agitaciones sociales y ponerlas en cuestión, pues abogamos por una visión del conocimiento del mundo —que dicen que también está en los libros— en que este implica una preocupación activa por el mismo. Es propio de aquellos que tienen tiempo de estudiar, de pensar, de intentar comprender, el actuar a conciencia. Finalmente, los invitamos a leer a Álvaro Cruz y a Alejandro Vega con sus miradas atentas al cicatrizado paisaje colombiano. A Juan Buitrago, por su parte, con sus consideraciones sobre el teatro y los filólogos. A Astrid Arrubla y sus palabras sobre las afectuosas enseñanzas de su maestro Jairo Alarcón, a quien rinde homenaje; así como a Juan Guillermo Gómez, quien nos señala un modelo negativo de la relación entre cultura y sociedad en la disparatada figura de Miguel de Unamuno; y, a propósito, a Narciso Crespo en su comentario a la V Cátedra Tomás Carrasquilla. Como plato final, ofrecemos la crítica de un tal A. Karenin al célebre poeta y novelista ruso Evguieni Evtuschenko, donde desarrolla una tesis sobre la relación entre el poeta —léase el artista— y el pueblo, en que sustenta que la labor de este, más que la noción básica de servicio, altamente perjudicial en un régimen totalitario, es la inteligencia. Astrid Arrubla y sus palabras sobre las afectuosas enseñanzas de su maestro Jairo Alarcón, a quien rinde homenaje; así como a Juan Guillermo Gómez, quien nos señala un modelo negativo de la relación entre cultura y sociedad en la disparatada figura de Miguel de Unamuno; y, a propósito, a Narciso Crespo en su comentario a la V Cátedra Tomás Carrasquilla. Como plato final, ofrecemos como lectura recomendada la crítica de un tal A. Karanin al célebre poeta y novelista ruso Evguieni Evtuschenko, así como sus observaciones a La Revolución, donde desarrolla una tesis sobre la relación entre el poeta —léase el artista— y el pueblo, en que sustenta que la labor de este, más que la noción básica de servicio, altamente peligrosa en un régimen totalitario, es la inteligencia.


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