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Editorial N°4

El proceso de burocratización universitaria marcó el desarrollo de las ciencias en el siglo XX. Parcialmente justificado en la especialización creciente de los saberes, este proceso se tradujo en la departamentalización de las Facultades y en la proliferación de parcelas del conocimiento en que cada investigador se atrincheró, sin que sintiera la obligación de estudiar lo que se cultivaba en los demás campos. Hay que señalar que muchos de los intentos dirigidos a solucionar esta cuestión, aún latente, solo han logrado una nueva sectorización: las tipificaciones de trans, multi, interdisciplinar, etc. operan desde la base misma de la burocratización y la legitiman.

     Una posibilidad de zanjar la burocratización se encuentra en asumir el sentido que otorga a la actividad científica su relación con la sociedad y, desde las características de esta, examinar los métodos paradigmáticos y las renovaciones conceptuales con los que se  afrontan los problemas de investigación, sin estancarse en ambiguas distinciones disciplinares y las tipificaciones indicadas. Reconoceríamos, por ejemplo, la sana imbricación reflexiones sociológicas, historiográficas y filológicas, merced a la innegable complejidad de la obra de arte y la circunstancia del artista en la sociedad moderna, así como se podría reconocer la importancia de la relación entre la filosofía del lenguaje y la lingüística, para que el filólogo se preocupe por el estudio holístico de la lengua y no solo por la replicación metodológica para la generación de datos.

      ¿Qué labor podría llevar a cabo una filología tal, por caso, ante el difícil camino en que se pretende comprender y dar por terminada la larga guerra civil colombiana? Quizás una inmunización contra el fanatismo, contra la confianza ciega en un pertinaz y oxidado dogma, mediante el descubrimiento de sus condiciones sociohistóricas fundacionales y circunstanciales. Esta es una reflexión que se alimenta del estudio del arte, en general, y de la literatura, en específico, en tanto estos implican el acercamiento a la incertidumbre del conocimiento, de nuestra efímera condición humana, y, por tanto, el desarrollo de la sensibilidad necesaria para ponerse comprensivamente en el lugar de los demás. Los textos que integran este número de Filología contribuyen a tal reflexión.

      Hacia la sensibilidad humana, parcialmente histórica, parcialmente universal, nos acercan en esta ocasión Rafael Gorréherqui y Álvaro Cruz, cada uno con un poema. Diana Barrios aborda, a propósito de los 70 años del Bogotazo, la significación de la polémica que sostuvieron Hernando Téllez y Gabriel García Márquez sobre las posibilidades de la literatura frente a la violencia que partió la historia de Colombia en dos –quedan a disposición de nuestros lectores, dos de los textos implicados en esta polémica, transcritos a partir de la fuente original–. Juan Guillermo Gómez reconstruye la biografía de José Ortega y Gasset para caracterizar la “combinación confusa de conceptos” que marcó al rojo vivo la cultura intelectual hispanófona. Luis Quiroz presenta un ensayo donde discute con algunos de los fundadores del decolonialismo, desarrollando la crítica a las tipificaciones actuales del estudio humanístico. Y, finalmente, Rodrigo Zuleta nos muestra la fijación de Jorge Luis Borges por las aporías lógicas y su implicación para una lectura del Quijote que puede ser tachada de irreverente por los cervantistas.

      Además, como novedad en este número, invitamos a nuestros lectores a titular una escena de nuestra vida cotidiana capturada por Juan David Gil, y a compartirnos la reflexión que pueda suscitarles. Publicaremos los más interesantes en el siguiente número.

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