top of page

Semblanza biográfica de Ortega y Gasset

Juan Guillermo Gómez García


José Ortega y Gasset, una de las más prominentes figuras de los intelectuales de España y su filósofo más conocido en el siglo XX, nace en el seno de una familia de la clase media alta, por las ramas paterna y materna, de funcionarios de la administración real, políticos y sobre todo periodistas.[1] La conexión con la vida intelectual española de sus antepasados, activos fundadores de empresas periodísticas (Gaceta musical, El Eco del país, El Imparcial, El Sol), realza la figuración de uno de los Gasset en la fundación de la Institución Libre de Enseñanza como miembro de la primera junta directiva.[2] La tradición familiar de los Ortega y Gasset se consolida definitivamente con la fundación de El Imparcial por Eduardo Gasset y Artime. A su muerte, en 1884, se consideraba el periódico con mayor circulación en España, con más de 60.000 ejemplares de circulación diaria. El Imparcial, de tendencia liberal moderada y monárquica (apoyó la monarquía de Amadeo de Saboya), logró tener una planta respetable de colaboradores, que tuvieron (tal vez por primera vez en España) un salario profesional, con corresponsales propios en las principales capitales de Europa, con servicio de telégrafo y con una maquinaria moderna. Al funeral del fundador de El Imparcial asistió una gran muchedumbre, que encabezaba el presidente del Consejo de Ministros y artífice de la Constitución de la Restauración Alfonsina (duró más de 50 años vigente), Cánovas del Castillo.

Pero fue el padre de Ortega y Gasset, José Ortega Munilla, casado con Dolores Gasset, hija del propietario de El Imparcial, la figura más determinante para su vocación y orientación personal e intelectual. Ortega Munilla nació en Cáceres, provincia azucarera de Matanzas en Cuba en 1856. A los pocos meses sus padres retornan a Madrid, donde de niño recibe una educación orientada a su vocación religiosa. Se aficiona pues a los estudios de latín, presencia los sucesos trágicos de la revolución del 68 y se embebe en un mundo de lecturas literarias. Lee al Quijote, “Libro único de nobleza cristiana, de dignidad española”, a Víctor Hugo, Balzac, Walter Scott, Poe, Gautier, y sobre todo a Fernán Caballero. De la matrona del romanticismo español dice: “Sin vos, no hubiera escrito”; también del autor de Pepita Jiménez: “Valera es el culpable”. Estudia Derecho y Filosofía en la Universidad Central. Se inicia en el periodismo al escribir en El Tiempo, órgano de los Alfonsinos moderados, pasa a Iberia de Sagasta y termina en El Imparcial, de propiedad de su suegro. Fue también periodista taurino, amante de la tertulia y de los viajes por la España profunda.

La vida literaria de Ortega Munilla se hizo como director de El Lunes del Imparcial. Allí publicó a los más notables escritores de su época, los consagrados Coloma, Pardo Bazán, Palacio Valdés, Valera, Zorrilla; a los noveles Valle-Inclán, Azorín, Unamuno, Benavente. Publica por primera vez en España poemas de Rubén Darío. Ortega Munilla publica sus cuentos (llegan a 75) en esas páginas periodísticas e inicia su carrera de novelista con La Cigarra. Su nieto, Ortega Spottorno, da la relación de esta serie del narrador naturalista de novelas “con improbables lectores actuales”: El tren directo, El fondo del tonel, Cleopatra Pérez, Panza al trote.[3] El reconocido crítico y gran novelista Clarín (autor de La Regenta, nuestra Madame Bovary en lengua española), pudo vislumbrar en el debut del novelista Ortega Munilla, talento descriptivo, amor a la forma, falta todavía de estudio de la vida. Su vida pública la consagró, profesionalmente, a la dirección de El Imparcial, herencia, como ya anotamos, de su suegro Eduardo Gasset. Viajó Ortega Munilla en 1916 a la Argentina, en una memorable excursión en la que descubrió el talento de su hijo como orador profesoral (en ese momento era más conocido en América el veterano periodista que el joven filósofo). Por lo demás, a su esposa, a Dolores Gasset, la madre del filósofo José Ortega y Gasset, se le recuerda por su gran devoción cristiana, sus ojos despejados, por sus constantes quebrantos de salud.

Nace José Ortega y Gasset el 9 de mayo de 1883 en Madrid, como ya vimos, en el seno de dos ramas reconocidas de intelectuales y periodistas. Como hijo de novelista, José es inducido por su padre a temprana edad a aficionarse por la novela francesa; lee a Balzac de modo tan intenso que le trastorna pasajeramente. Pasa la familia sus veranos en los alrededores de El Escorial; estudia en el colegio de los jesuitas de Málaga, en donde se aficiona a la retórica y al latín bajo la tutela del filólogo Julio Cejador. Contra la voluntad de su padre, se empeña en estudiar, en lugar de derecho, como es propio de una familia acomodada, filosofía; culmina sus estudios con una tesis que no estimó en mucho, Los terrores del año mil: crítica de una leyenda; publica sus primeros artículos en el periódico de su abuelo y padre, El Imparcial. No frecuenta, como era común en los jóvenes de su generación (los retrata Pérez de Ayala en Troteras y danzaderas), las casas de lenocinio y la bohemia vida nocturna.

Se decide en 1904, también contra el hábito dominante español, a proseguir sus estudios filosóficos en Alemania. Instalado en Leipzig, comprueba que en Alemania se come mal, pero “aquí todo el mundo lee de una manera atroz”. Con un estudiante de ciencias naturales, Max Funke, perfecciona la lengua alemana. Obstinado, el joven filósofo solitario desea no solo dominar la lengua sino también la filosofía alemana (en Berlín dice visitar clases del eminente sociólogo Georg Simmel y Alois Riehl, autor este de un importante libro sobre Nietzsche). Sin embargo, transcurrido apenas un año regresa a Madrid. Nuevamente decidido se instala en Marburgo para atender clases con Hermann Cohen y Paul Natorp, cabezas del neokantismo.[4] 

Esta experiencia de estudiante en Alemania, que completaba la “europeización de España” que había introducido décadas atrás Julián Sanz del Río, se alterna con el ejercicio de activismo publicístico en el periódico Faro (allí se rinde homenaje y se reclama la expatriación de los restos de Ganivet, y Ortega se engarza en una larga polémica con el aún razonable Maetzu) y la revista Europa. Ortega resume el sentido de Faro: “Nuestro periódico nació con una preocupación cardinal y obsesionante: existe un desnivel secular entre España y Europa. ¿Qué camino es el más corto, qué idea más emotiva para corregir ese desnivel?”.[5] Por esos años también escribe, desafiante, que España, sin ciencia, es como “uno de los barrios bajos del mundo”.

A la muerte de Nicolás Salmerón, se presenta Ortega con oposiciones de la cátedra de Metafísica de la Universidad de Madrid, que obtiene por decisión unánime de los jurados el 10 de noviembre de 1910. Gana al año siguiente, gracias a la Junta para la Ampliación de Estudios (creada por la Institución Libre de Enseñanza), una nueva beca para Marburgo, donde va con su recién casada esposa Rosa Spottorno.[6] Algunos meses después retorna a Madrid para impartir un curso sobre Kant. En 1913 rinde homenaje a Azorín, en una cena memorable y muy concurrida. Ortega, siguiendo la tradición familiar, se embarca en los años siguientes en empresas periodísticas, como la del periódico El Sol. Entabla una estrecha amistad con Manuel García Morente, profesor de Ética en la Universidad de Madrid, discípulo de Bergson y quien también había estudiado en Marburgo. García Morente llegaría a ser el gran intérprete y traductor de Kant en lengua española (por una visión súbita celestial se vuelve muy hispánicamente sacerdote durante la Guerra Civil). Ortega visita con regularidad en el veraneadero vasco de Zumaya al renombrado pintor Ignacio Zuloaga, también amante taurino (su cuadro La víctima de la fiesta puede ser símbolo de la postrada España del 98). Pronuncia Ortega su famosísima Conferencia en el Teatro de la Comedia en 1914, Vieja y nueva política, que congrega a los miembros de la Liga de la Educación Política, a la que sigue su no menos exitosa revista EspañaEspaña es la consagración pública de Ortega: vende 50.000 ejemplares (luego el socialista Luis Araquistáin y el republicano Manuel Azaña van a tomar las riendas de la publicación).

Ortega y Gasset visita Argentina por primera vez en 1916, como vimos, en compañía de su padre, a instancia de la Institución Cultural Española (el primer invitado fue Menéndez Pidal). El éxito de las conferencias fue inmenso: en sus presentaciones hubo algo de mitin; en la tercera, hubo tanto gentío que se desmayó. José Luis Romero ha señalado las razones del inusitado impacto del joven filósofo peninsular en la capital del Río del Plata. Ortega tocó, en el Instituto Popular de Conferencias, ante una juventud ansiosa, un problema neurálgico, a saber, resaltó el desequilibrio insano entre la riqueza material del país austral y una producción intelectual difusa y reducida, no acorde con su sensibilidad y potencialidad. Ortega además explotaba el sentimiento de solidaridad y simpatía por España, como víctima del imperialismo norteamericano, como consecuencia de la pérdida del 98, y a la vez hacía sentir, en plena Guerra Mundial, la creciente influencia de las ideas de España (circulaba la revista España de Ortega, D’Ors y Pérez de Ayala), mientras que, desde los años de Sarmiento y Echeverría, primordialmente procedían de Francia.[7] En Argentina una admiradora le regala un caimán disecado; pese a no ser asistente de sus charlas, el filósofo español cae rendido ante el hechizo de la rica y culta dama Victoria Ocampo. 

En 1917 entra Ortega en la fundación, con el hombre de empresa vasco (creador de la industria española de papel) Nicolás María de Urgoiti, del periódico El Sol. El año siguiente, es llamado a participar por el gran empresario Urgoiti en la creación de la Compañía Anónima de Libros, Publicaciones y Ediciones, CALPE, con un capital de 12 millones de pesetas. Ortega dirigió la Biblioteca de Ideas del siglo XX, que inicia con la publicación del sensacional (primer best-seller de las ciencias sociales del siglo XX) La decadencia de Occidente de Oswald Spengler, que traduce García Morente; este mismo dirigió la primera colección del libro de bolsillo en España. En El Sol publica Ortega en folletos, con éxito, su otra famosa contribución a la interpretación nacional: España invertebrada (como libro sale en 1921).[8] En 1922 se fusiona CALPE con Espasa, que publicaba enciclopedias, para crear Espasa-Calpe. Al año siguiente, Ortega funda, en compañía de Fernando Vela, la famosa Revisa de Occidente, con capital inicial de 38.000 pesetas puestas “por los amigos más íntimos” y editada en la imprenta de Caro Raggio, padre de Caro Baroja.[9] La idea era poner un orden y jerarquía en el mundo de las ideas de la posguerra. La revista se torna editorial y tertulia que compite, por así decirlo, con la famosa “Pombo” de Ramón Gómez de Serna.[10] “La casa eterna” llama Gómez de la Serna a la Revista de Ortega, con su selecta tertulia y sus ediciones (que eran primicias) de Kafka, Huxley, Lawrence, Simmel, Scheler, Brentano o Jung. Se publican también españoles como D’Ors, García Lorca, Jorge Guillén y naturalmente De Francesca a Beatrice de la “Gioconda del Plata”, Victoria Ocampo.

En 1914, año en que estalla la Primera Guerra Mundial, publica José Ortega y Gasset Meditaciones del Quijote, con pie de imprenta de la Residencia de Estudiantes, que dirigía Juan Ramón Jiménez.[11] El libro contiene de entrada la peculiaridad de ser dedicado a quien consideró acaso su único amigo y una de las cabezas más emblemáticas del ideario de la hispanidad: “A Ramiro de Maeztu, con un gesto fraternal”. El célebre libro aparece como una novedad, aunque también resulta una variación notable de los temas de la Generación del 98, por lo que comúnmente se le adjudica el parteaguas de una nueva época de la intelectualidad española, la llamada Generación del 14. Esta generación, que propiamente no se define por la Guerra Mundial, incluye una pléyade de nombres como “…Ramón Pérez de Ayala, Luis Araquistain, Enrique de Mesa, Enrique Díez Canedo, Manuel Azaña, Pablo Azcárate, Ramón de Basterra, Constancio Bernaldo de Quirós, Américo Castro, Manuel García Morente, Lorenzo Luzuriaga, Salvador de Madariaga, Federico de Onís, Gustavo Pittaluga, Cipriano Rivas Cherif, Fernando de los Ríos, el joven Pedro Salinas, Luis Jiménez de Asúa, Alberto Jiménez Fraud, Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez y Eugenio de D’Ors, entre otros”.[12]

El título Meditaciones del Quijote es equívoco, lo que conviene a su fama. Meditaciones del Quijote no es, en efecto, un estudio filológico sobre el Quijote, como el de su admirado Francisco Navarro Ledesma[13] (Azorín escribe La ruta de Don Quijote…). La búsqueda del problema español nuevamente elude, en Ortega y Gasset, el trabajo histórico-social, y se dispara por un ensayismo revitalizado hacia esferas ultra-esenciales. El Escorial es para Ortega el sumun de lo español, “la mole adusta… [que] expresa acaso nuestra penuria de ideas, pero a la vez nuestra exuberancia de ímpetus”; “un estallido de voluntad ciega, difusa, brutal”. Califica a la historia de España como la del “pueblo más anormal de Europa”. Este libro era, pues, un desafío a su público. 




Ortega había expresado ese desencanto radicalizado años antes en una conferencia en Bilbao del 12 de marzo de 1910 en la que el ademán, el gesto, la palabra y la mirada acompañaron el mensaje nuevo.[14] España era un problema mayúsculo en La pedagogía social como problema político. España ofrecía un cuadro de errores, no solo a partir el 98, sino que la historia de España había sido un error y una debacle en los últimos tres siglos, que hace ilícito desentenderse de esa “secular pesadumbre”. El español es un hombre atormentado que da vueltas al enigma de su nación, permanentemente, no como el inglés y el alemán que se acomodan satisfechos con su entorno, que sacan sereno fruto de su nación. El tono patético no falta: “España es un dolor enorme, profundo, difuso: España no existe como nación”[15]. Hay que labrar de ese bloque de amargura la alegría de España. Ortega se pone a la marcha, los jóvenes eminentes y honrados españoles ven ese futuro abierto, la amargura los convence de la tarea, de la misión española por venir. El problema político español es hoy un problema de pedagogía social, de volver a las cosas concretas: de sus “entrañas doloridas de español” grita “¡salvémonos en las cosas!”. Darle un toque social-comunitario (un socialismo sin Marx ni sindicalista) para europeizar España como solución, conforme la enseña de Joaquín Costa. Sus palabras finales quedaron grabadas para los oyentes (muchos de ellos elegantes damas) y retransmitidas por la prensa los días siguientes. 

Ortega se presenta en la hora trágica de Europa de 1914 con un renovado manantial de figuras y metáforas deslumbrantes para desentrañar el sino español. Meditaciones del Quijote se pone en el centro de un debate vivo, de inspección tipológica sobre el ser cultural de España. El tono rápido y el patetismo le son característicos; la altisonancia fraseológica una especia de cenit de la vida intelectual de la época. Hay nuevos temas, temas presentados por el forro de la convención. Se califica al Quijote de “un equívoco”; al Cid, “un balbuceo heroico”; a Baroja, quintaesencia de la raza hispana, “un desorganizado”, y su obra cuajada “de improperios”. Se exalta lo germánico por sobre lo mediterráneo; se habla de la discontinuidad cultural española, de la confusión de sus pensadores, de la retórica de sus literatos, “padecemos una enfermedad ornamental”, insiste como agriera del alma nacional. “Somos un ademán”, “Si no creyéramos posible la corrección sería cosa de avergonzarse por pertenecer a una raza que ha tenido poco que decir y lo ha dicho –o más bien lo ha dicho– con tan magníficas gesticulaciones”. 

Esta muy breve semblanza de Ortega y Gasset indica una continuidad y a la vez un cambio significativo de las costumbres intelectuales del cambio de siglo y la primera década en la España intelectual, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Durante el siglo XIX, particularmente en la época de la Restauración canovista, la vida pública, político-intelectual, giraba en torno a los partidos adeptos al gobierno monárquico-restaurativo, la oligarquía parlamentaria, la prensa afín al régimen y la universidad con presencia clerical. Con el desastre del 98 la temática de la decadencia de España visualiza la carcoma de la vida nacional, y grandes nombres, y sobre todo un tono de desgarro, dominan los grandes debates. Unamuno, Ganivet, Maeztu, Azorín, Baroja, Costa copan la atención más inmediata. Pasado este vendaval, que produce un número significativo de obras de trascendencia, emerge hacia 1914 una nueva generación. 

La vida y actuación públicas de Ortega y Gasset son significativas en esta transición. Procedente de familias de políticos y periodistas anclados en el corazón de la vida pública nacional, poco a poco el requiebre de la confianza en la viejas instituciones monárquicas se hace cada vez más evidente. Instituciones emergentes como la Residencia de Estudiantes, la Junta de Becas al Exterior, los estudios filosóficos en Alemania (Ortega y García Morente), los cafés y tertulias como las de Pombo (Ramón Gómez de la Serna), las Conferencias apoyadas por grupos de intelectuales desligados de los partidos dominantes en las Cortes, la fundación de revistas como España y sobre todo la Revista de Occidente, y la creación de grandes empresas papeleras (CALPE), dan la pauta del cambio. La vieja elocuencia parlamentaria, cuyo modelo clásico en el siglo XIX ostentaba Emilio Castelar, ahora lo ostenta el joven filósofo Ortega y Gasset. Este logra dar una aureola de desinterés supra-partidista de la misión del intelectual en la España en pena. La jefatura espiritual de Ortega, tan ambivalente como pueda señalarse, marca la nueva época y la domina. Remacha el hecho de que la salvación no procede, ante la crisis de las instituciones políticas tradicionales (partido y parlamento), de los políticos sino de los intelectuales. El vínculo entre España e Hispanoamérica se reactiva al estrechar los lazos de solidaridad intelectual, promovidos por los cruentos sucesos de la Guerra Mundial, hija del voraz imperialismo europeo.

El desinterés plenamente justificado que hoy tienen los escritos de Ortega y Gasset (no le dicen nada o casi nada a las nuevas generaciones) es comprensible y hasta deseable. Ortega es como un parásito grandilocuente en el mundo de las letras, su figuración hoy nos parece chocante, sus ademanes abiertamente afectados. Pero esa figura dominó las Españas: fue el portavoz de la España sangrante y viva para las generaciones siguientes en la lengua española en los dos lados del Atlántico. Hoy, por supuesto, un estudiante nuestro de Filología puede dormir con la conciencia tranquila por no haber abierto un solo libro de Ortega en su carrera y ningún evaluador externo o interno echará de menos su ausencia. Como en el caso de Stefan Zweig, también hijo y beneficiario del público de masas, Ortega está hoy caduco, y si alguna lección podríamos sacar provechosa, es la de no imitarlos. Con todo, no deja de ser un laberinto por descifrar sobre nuestra peculiar conformación de la intelectualidad en ese curioso mundo de la lengua española.

Cabe aplicar a Ortega, a los pensadores españoles en general (Ganivet, Maeztu, Unamuno), la tipología que el mismo Ortega destacó en Meditaciones del Quijote: a los autores germanos corresponde la claridad de las mañanas de primavera; a los latinos, cuando no “grotescas combinaciones de conceptos, una radical imprecisión, un defecto de elegancia mental”. Son esta combinación confusa de conceptos, que son uno y lo mismo y lo contrario, a capricho y bajo la circunstancia sobreviniente, y la radical imprecisión, las claves maestras de pensadores que forjaron su jefatura espiritual al mundo hispánico, gozaron de celebridad y contribuyeron a la cultura intelectual de nuestros países de modo tan discutible como característico. La sobriedad, la precisión, el sereno estudio fueron sofocados por inacabables frases y páginas de ocasión, difundidas ampliamente por medios periodísticos, revistas, folletos, libros, conferencias, charlas, cátedras, cafés… haciendo de su asignatura principal, España como Mater Dolorosa, un pozo sin fondo cultural. España como problema, España, sin problema, el ideario español, en mil combinaciones, sin reposo, en obsesivas variaciones en la misma noria del lamento, la queja, la preocupación real, fingida o virtual.

[1] José Ortega Spottorno traza una detallada trayectoria de sus antepasados, Los Ortega (Madrid, Taurus, 2002), de un gran interés para destacar los orígenes y la vida, llena de importantes noticias sobre la influencia y actividades del autor de Meditaciones del Quijote y La rebelión de las masas.

[2] La Institución Libre de Enseñanza ocupa un lugar central en la historia intelectual española del siglo XIX. Fue fundada por un grupo de discípulos de Julián Sanz del Río (el principal de ellos, Francisco Giner de los Ríos), que se separa de la Universidad Central de Madrid para defender la cátedra libre. Sanz del Río (1814-1869), hijo de un artesano de Soria, viaja a Heidelberg (era el primer español que rompía el hielo con la cultura filosófica alemana), donde estudia con dos discípulos de Krause, y traduce (a su modo). Cfr. Menéndez Ureña, Enrique. El “Ideal de la humanidad” de Sanz del Río y su original alemán: textos comparados con una introducción, 1997.

[3] Op. cit., p. 72.


[4] Las relaciones entre el neokantismo y el socialismo remiten a Friedrich Albert Lange, el autor de Historia del materialismo y La Cuestión obrera. Lange por vez primera critica la propiedad privada a la luz de los imperativos éticos kantianos. Fue además un activista a favor del cooperativismo campesino. Sus discípulos Cohen y Natorp entraron en contacto con la corriente moderada de Bernstein del SPD, que se oponía al postulado dominante de August Bebel de la lucha de clases y del fin del capitalismo, impuesto en la conferencia de Dresde del 1903.


[5] Citado por Ortega Spottorno, Op. cit., p. 177.

[6] Esta junta becó a Manuel Azaña en 1911 para estudiar Derecho en París. Dio becas también a dirigentes sindicales como Manuel Cordero (panadero), Ramón Lamoneda (tipógrafo) y Agustín Marcos (escultor y secretario de la Casa del Pueblo de Madrid).

[7] Romero, José Luis. El desarrollo de las ideas en la sociedad Argentina del siglo XX. F. C. E., 1965. Pp. 106-107. Más adelante agrega el historiador argentino: “La repercusión que tuvieron las conferencias de Ortega en el ámbito universitario y en los círculos intelectuales del país fue inmensa. En diversas ocasiones habló sobre temas generales y manifestó opiniones antes no escuchadas sobre el valor de los clásicos, sobre el sentido de la vida de la época, sobre la política, sobre España, sobre la misión de la universidad; y en ese público que lo escuchó y en el que él descubrió una inmensa curiosidad y una vaga intuición de las vagas inquietudes que cuajaron finalmente en el seno de pequeños grupos que descubrieron o creyeron descubrir una vocación intelectual, que no era como la de sus padres ni sus maestros, sino más viva, más en contacto con las renovadas preocupaciones que recorrían el mundo. Así nació lo que se llamó el Colegio Novecentista, bajo la advocación del pensamiento nuevo, representado eminentemente a los ojos de sus miembros por José Ortega y Gasset y por Eugenio D’Ors”.

[8] En España invertebrada se da plenamente el giro autoritario de Ortega que desarrolla más tarde en La rebelión de las masas, de 1926, que también se publicará primero en folletos periodísticos. En el capítulo “La ausencia de los mejores”, expone claramente esta visión autoritaria de la sociedad española: “Cuando en una nación la masa se niega a ser masa –esto es, a seguir a la minoría directora–, la nación se deshace, la sociedad se desmembra y sobreviene el caos social, la invertebración histórica. Un caso extremo de esta invertebración estamos viviendo ahora en España”. En palabras más claras, la desgracia de España es no obedecer a Ortega.

[9] Ortega Spottorno, Op. cit., p. 316 y 321.

[10] Ramón Gómez de la Serna escribió un voluminoso relato: Pombo. Biografía del célebre café y otros cafés famosos (Editorial Juventud, Buenos Aires, 1941). Trae allí su discurso en ocasión al homenaje, que de pontífice a pontífice, hace el autor de las greguerías al de España invertebrada con su prosa pedregosa y de capricho: “Su cabeza es españolísima”, “Es el político supremo”, “educado en la en la silente ciudad de la Ciencia”, “es la reaparición sobre la faz de la tierra de Sócrates”, “Tiene dientes de zorro”, “su nariz es respingada, a la vez que caída”. Pp. 279-289.


[11] La Residencia de Estudiantes fue inspirada por los institucionalistas, y su primer director fue Alberto Jiménez Fraud. Funcionó entre 1910 y 1936 con el fin de librar a los estudiantes de provincia de turbios alojamientos (el mundo bohemio, tan afín a la prostitución callejera). Fueron residentes Federico García Lorca, Unamuno, Menéndez Pidal, Buñuel, Dalí. Se dictaban conferencias como las de Einstein, Bergson, Keynes o Valéry; había laboratorios, bibliotecas y se impulsaba iniciativas editoriales. Es, pues, un antecedente directo de los colegios de la época del franquismo.

[12] La Generación del 14. Una aventura intelectual de Manuel Menéndez Alzamora. Siglo XXI, 2006.

[13] Mientras estaba en Alemania, Ortega recibe la noticia de la muerte de Navarro Ledesma, autor de El ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra.


[14] Los testimonios del arte oratorio de Ortega son múltiples: su manera de cautivar al auditorio y en salones, con tonalidades de efecto, vocalización sugestiva, con pausas medidas, silencios cumbres, impecable su vestimenta, pausado andar en la tarima, maniobras perfeccionadas de manos y dedos, metafórica rica, dramatismo verbal, mirada penetrante… un profesional exitoso de la seducción intelectual.

[15]        Ortega y Gasset, J. Discursos políticos. Alianza Editorial, 1990, p. 42.




41 visualizaciones0 comentarios
bottom of page