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El envés de la tristeza. Trilogía 2, texto 1.

Por: Pedro Agudelo Rendón


NARRACIÓN

Hilos de tiempo


Lo único que nos separa de la muerte es el tiempo

Ernest Hemingway


A Gerard Genette

In memoriam


A Johana,

una mujer hecha de alegría y globos de color azul.

In memoriam


La muerte es un templo que dice el nombre de las cosas sin nombrar el vacío del que está hecha la realidad, un hueco y un agujero en el que se esconden los templares de tiempos antiguos, una oquedad en la que cabe una lágrima sin necesidad de llorar o en la que se meten los ratones de la tristeza para ruñir las alegrías que dicen lo que somos cuando caminamos solos. Camina por el aire y se bate en combate con el aliento que sostiene nuestra vida, se torna pompa de jabón para explotar en nuestro rostro y recordarnos la fragilidad de nuestra existencia. A veces se ríe y a veces nos hace llorar. Lloramos sin sentido cuando la muerte se va y cuando la muerte se nos lleva un pedazo de lo que somos y, en ocasiones, le damos sentido al vacío que llevamos dentro con el vacío que nos deja. Es la máscara de la muerte y la forma en que trama sus hilos de tiempo, es la farsa que punza las letras de nuestro nombre y fractura los muros de nuestra piel, es el tiempo hecho un relato que se quiebra con la tristeza como si fuéramos los personajes de su espectáculo.


Nos hace trampa. Nos dice su nombre en secreto, pero su secreto es el frío de nieve que deja en nuestro cuerpo. Nos dice el fin del mundo, pero nos niega las formas del recuerdo. Ella es el mismo tiempo. El relato. La muerte. Ella construye hilos y figuras (Figuras I, Figuras II o Figuras III)[1]. Así empieza la historia de la vida, como si fuera la historia de un cuento o de una narración que traspasa las barreras del texto de ficción que tejemos entre todos. Entonces la vida se despide dejando el nudo entre los labios, dejando la trama a medio empezar. Una retrospección es necesaria. Una proyección. Una expansión de las formas en que la muerte le dice adiós a la vida.


Allí está Genette, apoltronado en su asiento. El ingeniero del relato deconstruyó la forma en que el tiempo nos desbarata la vida misma. La muerte cortó con sus tijeras el hilo de su propia historia. Kronos le gritó en sus oídos y él desplazó sus orejas a una revelación más señera. Dijo que el récit era el orden real de los sucesos del texto, que l’histoire era la secuencialidad real de los sucesos y la narration el acto de relatar en su propio devenir temporal. Con esto abrió un agujero negro, y, en esas extrañas coincidencias de la muerte, sus pasos encontraron los pasos de Stephen Hawking —¡otro artífice del tiempo!— quien muriera dos meses antes que él. Quizá caminan juntos, o quizá se pusieron de acuerdo para clavar una puñalada al Kronos devorador del tiempo, a orillas del Nilo, cerca de la fuente en que bebió Cleopatra el amor de Antonio, cerca de la cumbre donde la muerte arroja a sus hijos por ese agujero del que surgen las historias secretas de fantasmas y duendes.

[1] Genette, Gérard. 1966, 1969 y 1972, respectivamente.

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