top of page

Literatura de la época de La Violencia. Discusión entre Hernando Téllez y Gabriel García Márquez

Diana María Barrios González


la [literatura] en sí no es tan irreal y subjetiva

como se piensa, y la historia en sí tampoco es tan fáctica

y objetiva como se desearía; una y otra contienen elementos

imaginados y verdaderos en mayor o menor grado y dimensión

cuando operan en conjunción como genero único y autónomo

al margen de los dos géneros canónicamente establecidos

desde la poética aristotélica

Augusto Escobar, 2003

La violencia de mediados del siglo XX en Colombia si bien constituía ya una

problemática agresiva, lo fue mucho más después de la muerte de Jorge Eliecer Gaitán y

de los hechos conocidos como el Bogotazo. En ese momento, varias revistas culturales

del país participaron en la discusión acerca de la existencia de una literatura nacional

que tenía como baluarte el tema de la violencia y que se conoció y se conoce en la

actualidad como Literatura de La Violencia. Entre los autores que hicieron parte de

estas disertaciones se cuentan Gonzalo Arango, Álvaro Cepeda Samudio, Álvaro Mutis,

los directores de la revista Mito (Hernando Valencia Goelkel y Jorge Gaitán Durán) y

quienes dieron una de las discusiones más interesantes al respecto: Hernando Téllez y

Gabriel García Márquez.

Ejemplo de ello es el texto publicado por García Márquez en la revista La calle

de Bogotá, en el número 103 de 1959, titulado “Dos o tres cosas sobre ‘la novela de la

Violencia’, donde sustenta la idea de que en Colombia no se ha hecho aún la novela

insignia de la literatura de la época de La Violencia y pinta un panorama poco positivo

sobre el asunto. Además, considera que un autor solo puede realizar su creación literaria

a partir de las experiencias vividas. Al respecto dice: “Acaso sea más valioso contar

honestamente lo que uno se cree capaz de contar por haberlo vivido, que contar con la

misma honestidad lo que nuestra posición política nos indica que debe ser contado,

aunque tengamos que inventarlo” (p. 12). García Márquez sostiene que la literatura ha

comenzado a ser vista como un arma poderosa que no debe permanecer neutral en la

contienda política y que, en consecuencia, esto ha llevado a que los escritores lleguen a

considerar el testimonio como obra de arte literaria. Así mismo, hace varias

consideraciones acerca del por qué no se ha escrito una obra de la época de La

Violencia con calidad literaria. Las razones que expone García Márquez son las

siguientes: una se fundamenta en la falta de experiencia de los autores que escribieron

las obras; la otra, en que quienes se creyeron escritores dejaron que su retórica

sucumbiera; y, la última, en que se acomodaron testimonios a fórmulas políticas.

García Márquez pone los ejemplos de Ernest Hemingway y Albert Camus para

mostrar cómo ellos no se alejaron de la realidad, pero tampoco la plasmaron de manera

mecánica, sino que construyeron verdaderas obras de arte sabiendo hasta qué punto el

contexto en el que realizaron su obra les servía como soporte documental sin abusar de

él. Si bien son acertados los apuntes de García Márquez sobre lo que debe ser tanto una


obra literaria, como específicamente una de la literatura de La Violencia, no lo es el que

considere desierto el panorama colombiano con respecto a ella, pues en Hernando

Téllez y otros autores de principios de la década del 50 se pueden encontrar ejemplos de

que era posible ficcionalizar la realidad sin convertirla en testimonio.

Casi un mes después de que García Márquez publicara su texto, Hernando Téllez

le responde con un comentario titulado “Literatura y violencia”, que aparece el 15 de

noviembre de 1959 en Lecturas Dominicales de El Tiempo. Téllez, pese al escritor de

Cien años de soledad, ubica el horizonte de la literatura de La Violencia a futuro y dice

que la historia de la literatura colombiana todavía puede esperar a que aparezca esa gran

obra de la Violencia que aún no ha sido escrita. Sin embargo, cinco años antes, en 1954,

ya Hernando Téllez había puesto sobre el tintero el problema de una literatura de La

Violencia en un texto publicado en el Suplemento Literario de El Tiempo. A pesar de

que se trataba de un momento anterior en la historia de la literatura nacional, Téllez se

aventuró a proponer tres novelas que consideraba hasta ese entonces como una muestra

importante de lo que podía ser la literatura de La Violencia, asunto relevante si se tiene

en cuenta que la tradición literaria colombiana ha estado amenazada por unas precarias

bases de cultura y educación. Dichas novelas son las siguientes: El Gran Burundú-

Burundá ha muerto (1952) de Jorge Zalamea Borda, El cristo de espaldas (1952) de

Eduardo Caballero Calderón y El día del odio (1953) de José Antonio Osorio Lizarazo.

En el mismo texto, Téllez habla sobre la gran crítica que se le hace a la literatura

de La Violencia por su baja calidad literaria, asociándola al hecho de que no se

establece una diferencia entre testimonio y literatura como obra de arte. A diferencia de

García Márquez, Téllez expresa lo siguiente con respecto a la literatura colombiana:

“esa literatura trata de salir de su crisis tradicional, tropezando con todas las

dificultades, los errores y las equivocaciones correspondientes a un periodo de esta

naturaleza” (1979, p. 459). De esta manera el autor entiende que hay un proceso

literario y unas dificultades propias del mismo que no lo hacen acreedor a la

satanización literaria.

En este comentario de Téllez se puede vislumbrar su opinión razonada, la cual lo

convertirá en una de las voces principales de Mito. Así lo reconoce Darío Mesa en la

sección de “Correspondencia” del No. 4 de dicha revista, cuando propone que ningún

otro texto recoge de manera tan fiel el pensamiento intelectual de la época como “En el

reino de lo Absoluto”, publicado por Téllez. Mesa destaca la figura de este autor

bogotano, pues considera que es una mente inconforme que habla con franqueza de

esfuerzos políticos y fracasos sociales.

El compromiso intelectual de las revistas del momento en relación con el

problema de la violencia política se hace evidente en una serie de ensayos y encuestas

propuestas por las respectivas editoriales, en donde se indaga principalmente por el

concepto de violencia, por la función o responsabilidad del intelectual y por la

importancia del arte y la literatura como elementos civilizadores de la sociedad. El

compromiso de los intelectuales no debe entenderse como la obligación de contar la

realidad tal cual ha sido, sino la de llevar a cabo la lucha que implica decir lo que se

piensa de acuerdo a lo que han entendido como verdad; de ahí que la idea de literatura

de la época de La Violencia, como lo plantea Augusto Escobar (1997), no es aquella

que va adherida a la realidad histórica y que la refleja mecánicamente, sino aquella que

“reelabora la violencia friccionándola, reinventándola, generando otras muchas formas

de expresarla” (p. 115).


Dos cuentos de La Violencia: de Hernando Téllez y de Gabriel García Márquez

Hay que volver a la figura de Hernando Téllez como un modelo del intelectual

comprometido con la realidad atroz del país. En sus textos narrativos no se encuentra la

necesidad de contar hechos reales a modo de denuncia, sino la de retomar la violencia

como fenómeno “complejo y diverso”. Ejemplo de ello es el cuento “Espuma y nada

más” (1950), que puede considerarse como un microcosmos donde impera la tensión,

transmitiendo el carácter de la violencia sin necesidad de derramar una sola gota de

sangre en la actuación de sus personajes. Esta obra narra la historia de un barbero

revolucionario que es visitado por el Capitán Torres, quien ha cometido crímenes

imperdonables contra el pueblo, y al que aquel tiene la posibilidad de asesinar. El

personaje entra en un conflicto interno en que están presentes su condición de barbero y

su idea de no querer convertirse en un asesino. Este texto responde a lo que Augusto

Escobar (2000) llama el “Ritmo interno del texto”, donde la anécdota carece de

importancia. El cuento referido tiene un homólogo en el cuento de García Márquez

titulado “Un día de estos”, publicado en 1962 en el libro Los funerales de la Mamá

Grande. Allí la tensión se deja ver matizada con una situación que, incluso, puede

resultar cómica, presentada por un narrador omnisciente que concede la voz a los

personajes: un dentista que no quiere atender al alcalde del pueblo, quien está adolorido

por una muela. Finalmente, el alcalde fuerza la situación hasta que el dentista accede a

sacarle el diente, pero sin anestesia, como una forma de venganza por los muertos que

su gobierno le ha dejado al pueblo. Acá la situación se desarrolla mediante el diálogo y

acciones concretas, mientras que en el relato de Téllez el narrador en primera persona,

el barbero, se concentra más en el pensamiento que en la acción, componiendo un

monólogo sobre temas políticos, personales, psicológicos y, principalmente, éticos.

Podemos decir que ambos escritores no renuncian a la ficción para dedicarse a la

escritura de corte crítico, sino más bien que toman conciencia del problema, el cual no

estriba únicamente en la denuncia ni mucho menos en la indiferencia, actitud que

prevalece en algunos intelectuales de la época.

Aunque los dos cuentos tienen diferencias sustanciales entre sí, también tienen

rasgos importantes en común que los convierten en dos piezas indispensables para

entender el fenómeno literario de La Violencia. Una de esas características es la

construcción de una atmósfera universal, es decir, las obras no hacen énfasis en un lugar

específico, ni en un momento concreto, de tal manera que los sucesos narrados no se

encuentran anclados a un contexto explícito. En ambos textos no hay descripción de

muertes violentas ni se derrama sangre ajena, rasgo de la literatura de la época de La

Violencia que consiste en el manejo estético de la violencia misma y la poca

importancia que reciben los hechos o las acciones de violencia de los personajes. Una

última característica que ambos cuentos comparten es la mención sutil de los partidos

políticos: quizás en el que más queda clara la filiación política de los personajes es en

“Espuma y nada más”, pese a que no es esa la idea que prima ya que su personaje

principal, el barbero, no tiene como prioridad ser un “revolucionario”, si bien ello le

ocasiona un dilema ético y el desarrollo del cuento permite entender que él elije dejar

por fuera de sus intereses la venganza política y social.

Ambos cuentos están inspirados en las disputas partidistas entre liberales y

conservadores. En el caso de la narración de Téllez se evidencia como un acierto la

elección de un narrador protagonista en primera persona, porque ello le permite disertar


acerca de la situación con la propiedad de quien hace una reflexión interna, facilitando

que los lectores tengamos la posibilidad de recibir sus pensamientos de manera directa,

sin pasar por el filtro de un narrador omnisciente o de un testigo que interprete una

situación ajena para contarla. Este narrador en primera persona tiene momentos en los

que revela con mayor fuerza su aflicción y su conflicto interno, concluyendo que no

llevará a cuestas el peso de la muerte de otro ser humano.

La literatura de la época de La Violencia permitió mirar la realidad del país con

otros ojos, sin la pretensión de una literatura anclada en la realidad, donde la creación

estética y los componentes innovadores para la creación de una literatura propia

cobraron un sentido más profundo y más consciente. En este proceso varios autores

jugaron un papel fundamental, pero quizás los más importantes fueron Téllez y García

Márquez, el primero por su innovación y su escritura pionera en este fenómeno y el

segundo por la maestría y perfección en las obras suyas que hacen parte de este

momento literario. Ahora que se han cumplido 70 años del evento que desencadenó e

hizo más evidente la crisis nacional de La Violencia, se hace necesario revisitar la

historia que fue recreada a través del arte y la literatura para comprender su impacto

intelectual y el papel preponderante de estas en los momentos en que el hombre se

figura más monstruo que ser humano.

Bibliografía

1. Escobar Mesa, A. (1997). Ensayos y aproximaciones a la otra literatura colombiana.

Bogotá. Fundación Universidad Central.

2. -----. (2000). Literatura y violencia en la línea de fuego. En: Literatura y cultura:

Narrativa colombiana del siglo XX: Diseminación, cambios, desplazamientos. Bogotá:

Ministerio de Cultura, pp. 321-338.

3. -----. (2003, julio-diciembre). Ficción e historia: reflexión teórica. En: Poligramas, (20),

pp. 27-43.

4. García Márquez, G. (1959). Dos o tres cosas sobre “la novela de la Violencia”. En: La

calle, vol. II (103), pp. 12-13.

5. -----. (1962). Los Funerales de la Mamá Grande. Bogotá: Editorial Norma.

6. Revista Mito (Bogotá: 1955-1962).

7. Téllez, H. (1959, noviembre). Literatura y violencia. En: Lecturas Dominicales, p. 1.

8. -----. (1954, junio 27). Literatura y testimonio. En: Lecturas Dominicales, p. 1.

9. -----. (1979). Textos no recogidos en libro. Bogotá: Colcultura.

10. -----. (1950). Espuma y nada más. En: Cenizas para el viento y otras historias. Bogotá:

Litografía de Colombia, pp. 18-30.

807 visualizaciones0 comentarios
bottom of page