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La rutina

Actualizado: 26 feb 2019

Por: Cindy Herrera

cherrerae@unicartagena.edu.co


Se había vuelto una obsesión mirarlo. Lo veía caminar de esquina a esquina paseándose por toda la acera. Lo repetía una y otra vez, desde las nueve hasta las doce de la noche. Durante esas tres horas se la pasaba sonámbulo y perdido; observándolo desde el balcón. Él se detenía a las once treinta a mirar fijamente el mostrador de una tienda de telas. Luego, pasados quince minutos, volteaba su mirada hacia mí, sonreía y caminaba hacia la esquina, donde lo recogía una camioneta negra. El tiempo parecía circular. Bajé del balcón y crucé la calle; me dirigía hacia la acera de enfrente. Eran las nueve. Luego de verlo irse, yo caminé la acera de esquina a esquina cinco veces, me detuve en la vitrina de la tienda tratando de adivinar qué era lo que veía con tanta contemplación cada noche. No había nada extraño, solo telas y mi reflejo, y el reflejo de alguien más detrás. Eran las once treinta. Miré hacia arriba y había un muchacho mirándome con extrañeza, solo le sonreí y caminé hasta la esquina donde me esperaba una camioneta negra.

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