top of page

La inteligencia americana

     La “inteligencia americana” (1936) parece ser un concepto que Alfonso Reyes, en uso de su diplomacia, acuñó como permiso para justificar la mayoría de edad del pueblo americano. Si no se lee desde una perspectiva más aguda, se creería que la inteligencia está dividida por nacionalidades o por fronteras geográficas. Nunca he escuchado, por lo menos no desde mi experiencia, que se hable de una inteligencia europea o de una inteligencia alemana. Esta ya se muestra sobreentendida, e incluso adjetivar la inteligencia cuando se hace referencia al “viejo mundo” parece una composición absurda, ella, ya es europea per se y no se aceptan objeciones. Así, hablar de una inteligencia americana parecería casi una interrupción tímida, un balbuceo inaudible que América, las Américas: la central y la del sur pronuncian para ser atendidas. Por esta razón habría que repensar si al hablar de inteligencia americana, Reyes hacía un llamado de atención sobre la existencia de América en el que se escondía un permiso infantil para poder pensar, o si en realidad es allí donde propone una clave hermenéutica para seguir entendiendo a América.


     Años después y desde la distancia, quiero darle mi voto de confianza a Reyes en esta relectura y pensar que cuando se refería a la inteligencia americana estaba mirando a profundidad y que con ella abría la posibilidad de la creación de una sensibilidad, de una lectura que incluso sobrepasara la razón misma. Lo digo precisamente en estos términos porque, en el año en que se publica el texto, el fascismo y el nazismo ya habían ascendido por las mismas vías de la razón. En ese momento, Europa estaba llevando a su extremo esa “inteligencia” que los conduciría a su desmembramiento y sufriría las consecuencias de esa razón traducida en guerra y destrucción. Allí, en esa grieta, Reyes ve una posibilidad de resignificar, no solo lo americano, sino también lo humano. Pero es curioso que se dirija nuevamente a la razón, para remediar eso que ella ya había causado. Por esto, la inteligencia americana no podría referirse a esa racionalidad vacía, desprovista de las contradicciones que implica el hecho de ser americano.


     Así, su inteligencia sobrepasa los límites en los que Reyes la había enmarcado y se ha ido alimentando y transformando en una historia a la que el autor mexicano no pudo asistir y que seguramente, para su fortuna, no imaginaba. La inteligencia americana, más allá de su autor, y atravesada por los avatares de los conflictos, incluye en sí misma la contemplación de los miedos, de las desigualdades y el desequilibrio de una sociedad que ha estado constantemente al borde del abismo. Advierte la violencia, el resquebrajamiento, pero también la capacidad de sobreponerse, de burlarse de sí misma.


     La inteligencia americana consiste en comprender que somos un pueblo criado con la naturalidad de lo inverosímil. Se trata de entender que existen muchas formas de nombrar y de narrar aquello que para el resto del mundo parece ficción y que para las américas son las historias de nuestros abuelos. Lo inverosímil es la fuerza vital que sostiene a una comunidad atravesada por la palabra que va de boca en boca, se desborda, permanece como huella y finalmente se traduce en una forma de ser, de hablar y de percibir el mundo. En ella (al interior de esta fuerza) no es extraño que Pierre Menard sea el autor del Quijote; que sea posible convertirse en un Axolotl o que una población completa sea contagiada por la peste del olvido. Porque una sociedad hermanada por lo inverosímil solo puede avocarse a reinventarse una y otra vez en el asombro de la palabra.

118 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

De cómo un filólogo llega a ser traductor

No se me olvidará la vez en que vi a uno de mis profesores de filología traduciendo un texto de Schlegel sobre Lucinda, una de las grandes novelas románticas. Me preguntó: «¿te suena mejor “beso contr

XXXIII

XXXIII es uno de los capítulos de la novela inédira Para a(r)mar.

bottom of page