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El envés de las palabras. Trilogía 1, texto 3.

Por: Pedro Agudelo Rendón

pagudel3@gmail.com


–No sé cómo pueda ser eso de enderezar tuertos –dijo el bachiller–, pues a mí de derecho me habéis vuelto tuerto, dejándome una pierna quebrada, la cual no se verá derecha en todos los días de su vida; y el agravio que en mí habéis deshecho ha sido dejarme agraviado de manera que me quedaré agraviado para siempre; y harta desventura ha sido topar con vos, que vais buscando aventuras.

Cervantes. Don Quijote de la Mancha


La forma en que las palabras descubren el mundo no dista mucho de la manera en que, por ejemplo, las humanidades instituyen la formación del ciudadano al que aspira una sociedad. Eso a lo que aspiran las sociedades está determinado por el tipo de formación y de academia que se define. Por eso la formación integral es uno de los principios fundamentales de los programas académicos, y ello porque la universidad es un espacio que busca impactar no solo en la esfera académica sino, sobre todo, en el ámbito social. Ahora bien, es fácil advertir que en muchos casos las transformaciones curriculares, agenciadas por los gobernantes de turno, no responden a las aspiraciones de quienes pretenden que nuestra sociedad sea más humana y justa. Basta comparar muchos planes de estudios recientes con currículos anteriores o trayectos de formación de otros países para identificar los desbarajustes académicos difíciles de explicar. Es al hombre y a la mujer del común a quienes les debe interesar. Es decir, no basta que los académicos piensen la academia sin la sociedad en que esa academia se inscribe.


Lo dicho pone de relieve una pugna que el filólogo debe sortear. Si el filólogo es académico porque su filología promulga un amor aciago al texto, entonces ¿en qué queda la función social y humanista del filólogo? Está claro que lo que nos hace humanos no es la acumulación de conocimiento, la sistematización gradual del mismo y su transmisión de una generación a otra, sino, más bien, la posibilidad de estructurar y transformar nuestra experiencia de la realidad en sentido, con lo cual el conocimiento adquiere otra dimensión. Max-Neef (2004, p. 3) plantea que el ser humano se encuentra en un momento en el que tiene un saber enorme, pero en el que comprende poco; de ahí que proponga el paso del saber al comprender. Comprender significa hacer parte de algo: “Estamos atrapados en una inmensa desorientación cultural, desorientación sustentada económicamente en las corporaciones, jurídicamente en los gobiernos y sus legislaturas, espiritualmente en las instituciones religiosas e intelectualmente en la universidad” (Max-Neff, 2004, p. 4).


Los humanistas establecieron una conversación con la tradición, la cual buscaba el desarrollo de la sensibilidad y la educación en el dominio de la lengua, así como el reconocimiento de lo humano y una ingente necesidad de pensar la vida social. Si el filólogo está llamado a la conservación de la tradición, su tarea es tanto filológica como humanista y social. Entonces, a la pugna, podríamos agregar: la filología es humanismo. Es cierto que ya no se trata del humanismo en el sentido renacentista, pero tampoco lo es en un sentido menos letrado, toda vez que el filólogo traza una ruta de navegación entre signos. De acuerdo con Hernández y López (2003, p. 126), el pensamiento humanista que nos convoca en la actualidad no solo debe admirar el arte, la literatura, el estudio del lenguaje, sino, además, comprender las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías y apostar por un bienestar comunitario en armonía con la sociedad y la naturaleza; y es ahí, justamente, donde la filología de los filólogos debería tener su mejor escenario de actuación. Solo en esta medida estaremos acercándonos a la expresión de la verdad sobre las cosas y sobre nosotros mismo desde una perspectiva humana en procura de una sociedad en la que se pueda vivir en paz y de forma digna.


Uno de los fundamentos de las humanidades es el lenguaje, toda vez que el tránsito del ser a lo humano es el lenguaje gracias a su función mediadora:


El lenguaje abre un mundo pensado y expresado por los hombres; su misterio y familiaridad son de un ser libre y natural a la vez, que se encuentra con una realidad que no está dada del todo. El lenguaje como condición de la transmisión del saber es el primer humanizador del ser humano; y viceversa, como ser dotado originariamente de lenguaje la existencia humana se desarrolla como una tradición de conocimientos y formas de vida (Flamarique, 2000, p. 790).


De ahí que el humanismo se haya relacionado también con la comunicación a través del lenguaje escrito. No se puede pensar el humanismo sin las letras, esto es, sin las ciencias humanísticas (en su base filológica), las cuales han servido durante mucho tiempo para imponer formas de lectura y escritura, así como disciplinas y en muchos casos formas de control social.


El lenguaje es función mediadora y fin, lo que hace de la comunicación un objeto de estudio propio de las ciencias humanas en tanto tiene un papel fundamental “en la formación de toda estructura social y humana” (Revelo, 2007, p. 21). Lenguaje y comunicación, en tanto no constituyen acercamientos neutrales a la realidad (premisa bien sabida por los políticos), son conceptos claves en la comprensión humana. La filología humanista tiene la función de generar la capacidad crítica de análisis para que el ser humano pueda interrogarse sobre su propia condición y sobre su situación en el mundo. Es en esta relación, en la que se vinculan lenguaje, sociedad, nuevas tecnologías, ciencia, arte y cultura, que la filología –en el marco de las humanidades– encuentra su lugar en la contemporaneidad. Comprender el concepto y la dinámica de las humanidades, a la vez que descubrir sus implicaciones al interior de una sociedad como la nuestra, hace posible entender de mejor manera la función de los discursos que niegan en los hechos las aspiraciones del pueblo.


Esta relación pone de relieve algunos funcionamientos sociales sobre la educación y la lectura, ya que “el humanismo designa un movimiento cercano a la cosmovisión, es decir, al conjunto de instituciones, ideas, modos sociales, políticos y artísticos desde el que se reclaman un cambio de mentalidad y una transformación de la sociedad” (Flamarique, 2000, p. 777). De ahí que para intelectuales como Todorov y Bajtín se trate del pensamiento sobre el pensamiento, de las experiencias sobre las experiencias y, en última instancia, del texto y el discurso. De modo que no se trata solo del ser humano en cuanto tal, sino también como productor de textos y discursos, que hoy no solo son textuales sino también visuales, virtuales y contextuales. En la contemporaneidad el texto no es una unidad de certezas, pues las formas de lectura han cambiado. Existe una lectura lineal, pero también una textualidad simultánea e iconográfica (Agudelo, 2015), lo que obliga no solo a comprender lo que significan las bellas letras sino, además, a proponer estrategias en las que estas tengan un lugar estratégico en los procesos de formación social.


La necesidad de comprender la conciencia implícita de las comunidades es hoy vigente en nuestra sociedad, pues como dice Freire, “ninguna realidad se transforma a sí misma” (1998, p. 46). Y es vigente en Colombia, porque aquí es necesario activar la actitud crítica del pueblo a partir del reconocimiento de sus saberes con el fin último de empoderar sus voces y orientar un mejor futuro, más humanista y justo, sobre todo en un tiempo como el nuestro en el que el capitalismo parece devorar las ilusiones de muchos al poner en riesgo un tiempo y un espacio que nos es común a todos.

Y en este panorama, en este radio de acción y desazón, en este horizonte que a veces se traza con pugnas cadavéricas… ¿Cuál es la función del filólogo? ¿Del filólogo humanista?


La universidad no solo puede formar filólogos que estudien textos, y que al estudiarlos esos textos se conviertan en el itinerario de una vida abrogada por citas que resultan en discursos pedantes; más bien debe formar filólogos humanistas que comprendan que la significación no solo es una dimensión preeminente del lenguaje, sino también de la comunicación y sus efectos en la construcción de imaginarios en la sociedad actual. En este sentido, las maneras de ser ciudadano desde el ser político y el logos como fundamento discursivo de la filología, mutan y se yuxtaponen con formas del consumo y de la neotecnología en la que se enmarca la acción de los individuos. De allí que ideas como progreso, sociedad de riesgo y desarrollo estén estrechamente relacionadas con los avances tecnológicos a partir de los cuales lo nuevo configura un símbolo de optimismo, al tiempo que pone de manifiesto el movimiento y el paso del tiempo, otorgándole un valor especial a este último y haciendo de los dispositivos y sus funciones una metáfora que llena de confianza el espíritu de la sociedad del siglo XXI. Hoy, no solo gracias a aspectos sociales como las relaciones y nuevas formas laborales y choques políticos entre distintas posturas ideológicas, sino también a las maneras que utiliza el marketing, a las estrategias de producción y comunicación de las industrias productoras de “nuevas” tecnologías, las maneras de concebir al individuo han cambiado.


El lenguaje, de esta manera, no puede ser entendido como un mecanismo que orienta la ruta de unos mensajes determinados, sino como un verdadero proceso que permite interrogar la realidad. Se requiere comprender nuestros contextos y lo que ocurre en ellos para asumir un papel activo y orientar procesos de verdadera transformación humana. La capacidad de troquelado del lenguaje sitúa, en la actualidad, una tecnosfera que pone en funcionamiento el poder determinante de los medios de comunicación, y su lugar estratégico en los diferentes contextos. Esto, sin duda, pone en jaque el papel del filólogo en la sociedad actual. Silencio.

Referencias

  • Acosta, W. y Carreño, C. (2013), “Modo 3 de producción de conocimiento: implicaciones para la universidad de hoy”. Revista universidad de La Salle, 34 (60), 67-87.

  • Agudelo Rendón, P. (2015). Cuadros de ficción. Artes visuales y ecfrasis literaria en Pedro Gómez Valderrama. Medellín: La Carreta Editores.

  • Flamarique, L. (2000). “El humanismo y el fin de la filosofía”. Anuario filosófico, 33, p. 779-795.

  • Freire, P. (1998). Pedagogía del oprimido. México: Siglo XXI.

  • Hernández, C. y López, J. (2003). “Cultura, artes y humanidades”. Serie calidad de la educación superior, No. 11, p. 117-164

  • Martínez, L. y Bello, J. (2001). “Humanidades, educación y nuevas tecnologías”. Revista chilena de humanidades, 21, p. 187-203.

  • Max-Neef, M. (2004). “Transdisciplina para pasar del saber al comprender”. Revista de lingüística y literatura, 4, p. 2-10.

  • Peirce, Ch. (1974). La ciencia de la semiótica. Buenos Aires: Nueva Visión.

  • Revelo, H. (2007). “La comunicación social desde la perspectiva del humanismo”. Revista Unimar, 42, p. 21-28.

  • Ricoeur, P. (2000). Del texto a la acción. México: Fondo de Cultura Económica.

  • Searle, J. (1997). La construcción de la realidad social. Barcelona: Paidós.

  • Todorov, T. y Baktine, M. (1999). “Epistemología de las ciencias humanas”. Enunciación, 3.


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