Por: Pedro Agudelo Rendón
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Para determinar la tarea y el límite de nuestro hacer interpretativo, nos vemos devueltos a la pregunta por el ser del interpretar. Pues ¿qué es un signo? ¿No será que, tal vez, todo es signo? H.-G. Gadamer, 2006 Si resulta necesario empezar por la interpretación filológica, es porque se trata de un tipo de interpretación que los filósofos toman con frecuencia como la más fundamental. Probablemente les es también más familiar que las demás. Es difícil imaginar filósofos o profesores de filosofía que no se consagren a la interpretación de textos. J. Grondin, 1955
La forma en que las palabras descubren el mundo no dista mucho de la manera en que un signo constituye un modo de operación sobre el mundo de las cosas y produce en la mente una idea o un concepto. Por eso no es fortuito que, tanto para el filólogo como para el semiota, el signo constituya el punto de quiebre de la reflexión sobre lo filológico y lo semiótico, o sobre lo filosemiótico. Esto no deja de lado ninguna reflexión sobre la filosofía; antes bien, la incluye, pues la semiótica, lo sabemos por Peirce, es la intercepción entre lógica, fenomenología, ontología y metafísica, solo por mencionar los principales rostros en que el análisis de los signos suscribe la pregunta por la existencia, la realidad y las cosas. La semiótica, entonces, no solo es la pregunta por el signo o la significación que opera en la vida social y natural gracias a las interacciones humanas, sino que es, además, la pregunta por el sentido, y esto hace que sus bordes más analíticos toquen los bordes más semióticos de la filosofía. ¿O por qué, acaso, el mismo Gadamer se pregunta qué es un signo, aquello que para Peirce es una aserción a no dudar? Es decir, el filósofo alemán se cuestiona por el ser del interpretar, cuyo nicho no puede ser otro que los signos porque en el interpretar se da el feliz encuentro entre aquello que es mundo o realidad, aquello que signa o designa y aquel que lo interpreta. Si la semiótica no es el amor a los signos sino el estudio que ellos demandan, se debe más a una razón histórica y filológica y menos a la adherencia que el semiota tenga por los signos. El mismo Peirce habla del amor evolutivo y de los signos como el motor de la razón que hace posible que ese amor crezca en favor de la humanidad. La palabra semiótica está compuesta por el término σημεῖον (semeῖon, signo) y el sufijo τικος (-ticos, relativo a). La semiótica no es otra cosa, entonces, que “lo relativo a los signos”, y si se la define como ciencia de los signos es porque en su momento su aspiración era la de alcanzar un método más claro que el que ya le era propio a las disciplinas positivas. Inclusive Saussure estimó que la ciencia semiótica le brindaría a la lingüística un marco teórico y metodológico amplio, pero el devenir histórico trasvasó esta aspiración, por lo menos en Europa, y fue la lingüística la que se impuso e influyó los demás campos del saber de tal manera que la semiótica terminó supeditada en sus inicios al único logos de la palabra. Algo distinto ocurrió en Estados Unidos, pues allí la semiótica fue filosófica y esto hizo posible un cruce interdisciplinario de gran relieve cuyo impacto apenas se está revelando. De un lado (lo semiológico saussereano) y del otro (lo semiótico peirceano) advienen posturas que llenan el concepto de signo de sucesivas capas de sentido, y lo hacen comparecer ante el tribunal filológico: la aventura del signo y la pregunta por aquello que de filológico tiene lo semiótico o que de semiótico tiene la filología.

La tesis es esta: la filología es semiótica. Esto no significa que ha de confundirse la “filología” con la “semiótica” en tanto campos de saber, pues aquí semiótica se usa en el sentido adjetival. La filología no es semiótica (en el sentido disciplinar), ni la semiótica es filología; pero la filología sí es semiótica, pues el filólogo actúa como un semiota que va tras los signos, y el semiota, sin duda, debe actuar como un filólogo: ha de sentir el amor por los signos tanto como para hacer del signo un documento, esto es, algo sobre lo que se lee y se hace arqueología, y no solo sobre lo que se interpreta. Lo que dice un texto lo dice muy a pesar del autor de ese texto y, a veces, muy a pesar del propio texto. Los signos verbales no se codifican simplemente como signos lingüísticos; a veces lo hacen por la vía semiótica, pero la semiótica no es lingüística. Esto, paradójicamente, no lo han enseñado ni los lingüistas ni los semiotas, sino los artistas. Basta observar lo que han hechos algunos como Barbara Kruger al convertir el texto y la palabra en verdaderas imágenes que expanden el campo visual. En estos dispositivos visuales conviven, como diría W. J. T. Mitchell, palabra e imagen de forma indiscernible, como siendo una sola cosa. Y el filólogo, cuyo oficio le impele a saber algo acerca de la cultura visual y artística, aunque no es especialista en arte, puede aprovechar dicho saber sobre la imagen para definir una ruta de trabajo sobre lo filológico. Entonces… Un texto, que no es solo un conjunto de signos lingüísticos sino que es también un dispositivo semiótico (que es caligrama, caligrafía, forma, estilema, dibujo, materia, rastra, traza, objeto, entidad…), le exige al filólogo salirse del mero texto y hacer filología de los signos, des-entramar la historia y la cultura que le es inherente, socavar las funciones sígnicas; porque un texto es, al fin y al cabo, un horizonte semiótico de sentido. Este horizonte apela a lo que el texto dice y a lo que el texto calla: filología de las ediciones de Frutos de mi tierra, los significados posibles en los textos que acompañan (¿o son parte de?) las fotografías del archivo de la Madre Laura (el papel, la caligrafía, las manchas del tiempo, la ubicación, la disposición, la tachadura, la enmendadura, la forma…), los textos, dibujos y garabatos de Vallejo, la historia de la cultura de un texto y su cruce con el presente histórico. En este punto estamos en una filología que se torna semiótica, una semiótica que se abre al logos infinito. Allí estamos, sin duda, en el borde de la filosofía, ante otra filo (-logia, -sophia). Otro amor a… los signos. Silencio. Referencias Barrena, S. (2007). Crecimiento y finalidad del ser humano según C. S. Peirce. Madrid: RIALP
Berti, E. (1994). ¿Cómo argumentan los hermeneutas? En: Hermenéutica y racionalidad. Bogotá: Norma, p. 31-59.
Gadamer, H-G. (2001). El giro hermenéutico. Madrid: Cátedra.
Gadamer, H-G. (2006). Estética y hermenéutica. Madrid: Editorial Tecnos.
Grondin, Jean. (1955). El legado de la hermenéutica. Cali: Editorial Universidad del Valle.
Peirce, Ch. (1974). La ciencia de la semiótica. Buenos Aires: Nueva Visión.
Peirce, Ch. (2012). Obra filosófica reunida (1893-1913). Tomo II. México DF: Fondo de Cultura Económica.
*Imagen portada tomada de: https://www.independent.co.uk/arts-entertainment/art/barbara-krugers-exhibition-the-american-artist-thats-still-shooting-her-mouth-off-with-her-bold-text-9571133.html
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