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Divagaciones de un viajero solitario

Actualizado: 7 may 2019

Por: Alejandro Vega

alejovega123@hotmail.com


24 de abril de 2017

Todas las visitas a la montaña son únicas, como el encuentro excepcional que hacen la línea tangente y la circunferencia en un único instante de sus trayectorias. El cruce de dos líneas, también en un único punto, genera un instante excepcional: el encuentro de dos personas que viajan por caminos diferentes, el encuentro de un hombre con un pueblo desconocido o una mirada a otros ojos que nunca más se volverán a ver. Las montañas son manantiales de vida. En esa vida que irrigan se esconden miradas, silencios forzosos, ojos cerrados, cuerpos desalojados, materiales clavados en otras materialidades. 

Algunos cruces es preferible evitarlos: un camión de carga que se atraviesa en la vía en la que viajas sobre La Carcaza o seguirse de frente en una curva y derrapar como consecuencia de no dominar la velocidad.  A muchos muertos en la vía le hacen un honor singular: una unión perpendicular de dos palos de madera se ubica en el lugar del accidente. Algunos de estos emblemas en el camino también hacen honor a muertos por la violencia: una bala o un cuchillo fue atravesado en el fluir de sus existencias. 

Para regresar al Valle de Aburrá desde Sincelejo tomé la llamada Vía al mar. Crucé Sampués, luego Chinú, en Córdoba, hasta pasar por Planeta Rica y entrar a Antioquia por Caucasia. Desde allí el trazado de la carretera me permite una vista constante del río Cauca. Luego se desaparece de mis ojos, por un pequeño trayecto en el que la carretera me lleva a Tarazá. Cruzo el pueblo y de nuevo estoy a la diestra del río hasta Puerto Valdivia. Desde este puerto, rodeado de agua y montañas y con una iglesia con vista al Cauca, inicia la subida hacia el Alto de Ventanas, una cima pletórica de vida y muerte. Esta carretera en la montaña es insigne, un emblema colmado de secretos que conecta desde las sonrisas compinches y cálidas de los niños jugando entre el río y la carretera hasta la cima de la cordillera donde hombres solitarios de caminar lento esconden sus miradas bajo las alas desgastadas de sus sombreros. 

Muchos son los cruces que habitan en el Alto de Ventanas. Al llegar a la cima he abandonado por completo los climas costero y ribereño. Mis recuerdos del mar y el desierto se cruzan con las vistas intermitentes de las montañas tras la neblina.

La Punta de Los Remedios es un pueblo camaronero, antes llamado La Punta del Diablo, asentado en la costa de la baja Guajira. El 17 de septiembre de 2002 se clava un emblema en esta punta: cinco desaparecidos y cuatro asesinados. El cruce de maderos es eufemismo de lucha y guerra, también es nombre de quienes no son olvido. Se pone otro cruce de maderos en Barrancabermeja el 16 de mayo de 1998. Otro, en Estados Unidos en Becerril el 18 de enero de 2000. El 30 de julio y el 1 de agosto de 1999 se clavan otros cruces en Nariño, Antioquia. Desde ese balcón entre montañas tal vez no se vean, pero sí se escuchan los que se armaron y clavaron en Argelia el 26 de febrero de 2004. También se clavan cruces el 5 y 6 de diciembre de 1928 en Ciénaga, Magdalena.

La memoria persiste y lucha por no ser olvido, a medida que bajo en La Carcaza desde Yarumal hacia el Valle de Aburrá. Los recuerdos se aferran en mi cuerpo y me exclaman: ¡Que tu regreso al valle entre las montañas no se te convierta en un tedio que aniquila la vista de tus ojos y mata la escucha de tus oídos!

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