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Divagaciones de un viajero solitario

Actualizado: 7 may 2019

Por: Alejandro Vega Carvajal

alejovega123@hotmail.com


9 de abril de 2017

  A mis ojos llega un significado de horizonte imposible en mi valle de Aburrá, en las cordilleras antioqueñas y en las curvas que rodean las montañas. Mi vista no encuentra el final de la recta, un viernes a las 8 de la mañana después de pasar por San Alberto y adentrarme por la Ruta del Sol, encima de mi Carcaza, en el departamento del Cesar. Mi objetivo: llegar a Valledupar. Por momentos bajo la mirada y releo en el velocímetro esos 100 Km/h que se han vuelto relativos y eternos. Contengo el deseo de subir el tacómetro a las 10000 RPM y convertir el viaje en un instante efímero y poético, en un ronco crepitar de pistones, engranajes, tornillos y pedazos de plástico; en una explosión de motor y una estela de humo que concluya en una moto varada por avería mecánica en medio de una Ruta del Sol rápida y eterna, y en un viajero solitario intentando reparar el exhosto con un trozo de cable, o verificando si por fin el carburador se obstruyó y necesita una reparación. Después de poner en práctica sus conocimientos mecánicos y no obtener resultados favorables, el viajero solitario empuja su motocicleta por varios kilómetros con la esperanza de encontrar algún taller, algún conductor de camión u otra persona en la carretera que puedan brindarle un empujón o algún tipo de ayuda y que a partir de ese encuentro fortuito se inicie una aventura digna de narrar luego. Por ejemplo, escribirla en un cuento o cuando esté viejo narrarla a los nietos. Sin embargo los 37 grados Celsius de temperatura, el motor generando un movimiento rústico con ondas inesperadas de calor y sonidos extravagantes y la terrible ausencia de árboles que le hagan compañía al asfalto negro de la carretera, me hicieron dudar de mi arrebato poético y fantasía aventurera. Elegir el camino del poeta es una decisión trágica en la que la poesía toma la forma de la vida en la que se ha hecho palabra. Mantengo la Carcaza a 8000 RPM y los 100 Km/h siguen rectos y pegajosos. A mi espalda y a mis costados también se extiende un valle infinito que corto con las montañas lejanas y con los límites de mis pensamientos. Soy un punto efímero en medio de este valle eterno. Una sutileza en esta totalidad. El sol se ha levantado a mi derecha poderoso y sin obstrucciones. Se me ocurre pensar que hacer un viaje desde Envigado hasta Dibulla en solitario y en motocicleta es una idea poco astuta, menos si el día del bautizo la moto recibió el nombre en honor a su singular sonido y a su situación mecánica. 

    Mi boca se ha secado: debería detenerme unos minutos, hidratarme y estirar las piernas. Entonces me surge la idea brillante de escribir un libro de autoayuda innovador. Será un libro que muchos me ayudaron a escribir y que quiere ayudar a otros: voy a declarar que la mejor forma de enfrentar los miedos y triunfar y ser exitoso en la vida es invitándolos a tinto o a cono, hacerse bien amigo de ellos, flirtearles como quien quiere y no quiere, robarles besos al atardecer, dormir con ellos y al amanecer decirles que como están de bonitos, así tengan el cabello como un temblor incontrolable de hormonas y manos y boca les huela a sudor de axila asustada y piel de gallina. Por algo será que esa antigua frase tiene tanta sabiduría: para vencer los miedos primero hay que perder la virginidad. Y para que sea un best seller rotundo, cada capítulo será una conquista específica y llevará por título el nombre de una mujer. También puede ser el de un hombre, y yo me hago pasar por mujer que cuando se quita el casco asoma una cabellera endemoniadamente radiante y un rostro de peligro angelical, y que además bajo la chaqueta tenga unos senos altivos e indoblegables. Pero también podría hacerme pasar por mí y que me gusten los hombres, o disfrazarme de otra y que me gusten las… Creo que me estoy yendo por las ramas. El punto es que con Coelho podríamos distribuirnos las ganancias de ese mercado editorial. 

No hace falta una avería mecánica para que este viaje se convierta en una experiencia digna de contar. No es necesario narrar nada.  Los 100 km/h a 8000 RPM eternos y relativos son también un poema prosaico del enorme paisaje que me absorbe y que intento rebasar montado en mi Carcaza. Una narración a toda HP, a toda velocidad, surge de la necesidad del narrador de desalojar con prontitud a los demonios que obstaculizan el flujo de las palabras. HP son los animales con los que se mide la potencia del motor. Lo que no es una divagación es que debí empacar unos audífonos para entretener los fragmentos eternos y monótonos de la Ruta del Sol. Así hubiera reemplazado todos los anteriores renglones por las líricas de Nina Simone, Carlos Vives, la Carmina Burana, el audiolibro de The Black Cat y en definitiva no hubiera escrito nada. 

     Para llegar a Valledupar no tomé la tradicional vía por Bosconia. En la partición de San Roque viré hacia la derecha, luego avancé más de 15 kilómetros por una carretera en construcción colmada de polvo, arenilla y huecos constantes en los que me vi obligado a disminuir la velocidad. Entre otro motociclista viajero y yo nos brindamos apoyo moral durante este trayecto complicado, conversábamos por lenguaje de señas con las manos, con los pies y hasta con la cabeza: que bien bien, que bacano, que cuidado con ese hueco y hágale pues. Luego en Becerril, nos detuvimos, tomamos una media mañana y entre tema y tema llegamos a la conclusión de que como es de bueno conversar con alguien.

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