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Carta a Caterine

Alvaro Hérnan Cruz Mejía


Nadie me ha dicho que escribo,

pero lo pregoné en la plaza, mientras vendía cobijas para el frío, emplastos para la soledad y la riqueza, y repelentes contra inversionistas y hacendados, y desautoayudadores y ladrones de cuello blanco;

y regalaba cortos lápices y papel

para escribir poemas: 'directo desde europa, solo por hoy pueden llevar, completamente gratis, sin compromiso, a la medida, este lujoso quid para escribir poemas que no se va a comer los poemas de boca de la casa'. Dije también, sin vergüenza, sin vergüenza porque donde la hay no hay poemas: 'si lleva hoy el regalo les encimo un manual de tantos' '¿es un regalo incompleto?' gritó una madre preocupada 'Nada de eso', dije, 'Nada de eso. Este manual son mis poemas. Usted va a llegar a la casa, coge el lápiz y la hoja y primero garabatea; el lápiz no tiene tinta pero a veces se enrrancha y le ensaya el borrador, la mano y la cabeza; abre el manual y se lee el primer poema y le recorre los versos, pesa cada palabra, las ordena y desordena y recuerda todo lo vivido: los amantes, las cuentas divididas, las lágrimas orgásmicas, la mamá de un presidente que lo llora sin saber por qué lo hace o por qué habla la lora; tiene que recordar también las cafeteras gastadas, comidas por el moho y por la lama que sirven el café con el que se enamoran las señoras de señores con señoras desdeñadas que se enamoran de señores en cafés comidos por moho y por lama' '¡Pero así nadie termina!' protesta una dama. 'Sí señora, es verdad, desde que conseguí los lápices y escribí el manual esa cosa me sale mala: nunca se acaba. Mucha gente viene a reclamarme porque ya no hacen nada distinto a pensar en señoras, en moho, en lama, en deliciosos orgasmos de jovencitas combinados con sorpresa y tibias lágrimas, y se enojan más porque como no me pagaron yo no puedo devolverles nada'.

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