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Bien-ido

María Isabel Marín

¿Entonces la palabra es adiós?

Pero si yo lo que quiero no es encomendarlo a dios, sino que quiero que se vaya bien, que usted esté bien porque le aprecio, porque le quiero y porque le extrañaré. Y si usted no tiene dios, ese adiós no habrá sido más que una forma desobligante, lejana y grosera de marcharse, y no es eso lo que quiero.

¿Y qué hay del bien, de la buena partida, el mismo bien que le deseé cuando llegó y que con mis brazos y mi regazo le confirmé que es bien-venido? ¡Fue usted tan bien-venido!

Pero si le digo bien-ido ¿acaso estaremos hablando de lo mismo?, se extrañará usted con las formas inusuales del uso de mis palabras, y no es eso lo que quiero.

¿Debo entonces acercarme a su partida con un Hasta pronto o Hasta luego?

Pero bien es sabido que nunca se tiene garantía de ello, de los pronto, de los luego, y por lo demás le comprometo en mi acto íntimo de despedirle. Le conmino al reencuentro, algún día, otra vez, hasta esa vez, y no es eso lo que quiero.

Lo que quiero no lo puedo decir entonces, y sin remedio, tendré amigo que despedirle con este imperfecto adiós.

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