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An principatus Augusti merito inter feliciores reipublicae Romanae aetates numeretur?

Traducción y notas por David Arboleda Méndez

davida.arboledam@tutanota.com


An principatus[1] Augusti merito inter feliciores[2] reipublicae Romanae aetates numeretur?


¿Se encuentra merecidamente el principado de Augusto entre las épocas más prósperas de la República romana?


Karl Marx


El presente texto fue escrito por Marx en 1835, hizo parte de una serie de ejercicios requeridos para evaluar una de las materias del currículum de formación del joven Marx: latinitas. Esta contenía la lengua, la historia social, política y cultural de la antigua Roma. La divulgación del texto ha sido prácticamente inexistente en nuestro medio y solo hasta el 2010 se publicó la primera traducción al español. Por tal motivo, considero pertinente esta nueva traducción en la que el lector encontrará no solo diferencias estilísticas, sino también conceptuales, que enriquecerán su lectura.

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Quien busca conocer la naturaleza de la época de Augusto tiene muchos datos con base en los cuales puede emitir un juicio. La primera forma de proceder es comparar la época de Augusto con las demás épocas de la historia de Roma, pues, si se demuestra que esta fue similar a las llamadas felices, pero diferente a aquellas que los antiguos y otros más recientes juzgan decadentes por las costumbres degeneradas y deformadas a su peor aspecto, por el Estado dividido en facciones, amén de las guerras mal dirigidas, entonces se puede llegar a una conclusión sobre la época de Augusto. Posteriormente, se debe inquirir qué decían sobre ella sus contemporáneos, qué percepción tenían aquellos que eran ajenos al poder[3], lo respetaban o lo despreciaban. Por último, es necesario conocer cuál era el estado de las artes y las letras.


Para no extenderme más de lo necesario, compararé la época más bella [pulcherrimam] anterior a Augusto, en la que el sur de Italia comenzaba a ser subyugado, en ella prevalecieron la sencillez de las costumbres, el amor por las virtudes y la integridad de los magistrados y los plebeyos. Así mismo, compararé la época de Augusto con la de Nerón, que es la peor.


En ningún otro momento de su historia los romanos rechazaron tanto las optimae artes[4] como en la época anterior a las guerras púnicas: la erudición no era valorada, los mejores hombres de esta época pusieron su esfuerzo y trabajo especialmente en la agricultura. La elocuencia era considerada inútil, puesto que decían conducir sus asuntos con pocas palabras y no buscaban la elegancia del discurso, sino la fuerza comunicativa. En efecto, la historia no precisaba elocuencia, ya que, su función consistía solamente en referir hechos notables [res gestae] y en confeccionar anales.


Pero toda esta época estuvo plagada de disputas entre los patricios y los plebeyos, pues, desde la expulsión de los reyes hasta la primera guerra púnica combatieron por el poder y la mayor parte de la historia solo se refiere a las leyes que tribunos o cónsules hicieron con mucho esfuerzo de parte y parte.


Queda dicho ya lo que se debe elogiar de esta época.


Ahora, si queremos describir la época de Nerón no son necesarias muchas palabras, ya que, asesinados los mejores ciudadanos, violadas las leyes, reinando un juicio infame, Roma incendiada y con los generales temiendo que sus logros suscitaran sospecha y sin nada que los indujera a las grandes hazañas [res gestae], buscaban la gloria en la paz más que en la guerra. ¿Quién preguntará, entonces, cómo fue aquella época?


A decir verdad, nadie puede dudar que la época de Augusto es diferente a la de Nerón, pues su gobierno [imperium] se caracteriza por la clemencia[5]: pese a que toda forma de libertad había desaparecido, a que las leyes y las instituciones habían cambiado por orden del príncipe y los poderes que, anteriormente, tenían los tribunos, los plebeyos, los censores y los cónsules fueron ocupados por un solo hombre, los romanos pensaban que eran quienes gobernaban. Ellos creían que imperator[6] era sólo otra forma de referirse a los poderes que, previamente, detentaron tribunos y cónsules; su libertad, entonces, había desaparecido, pero no se percataron de ello. No obstante, una prueba de clemencia se encontraba en la posibilidad de que los ciudadanos cuestionaran quién era el príncipe, si gobernaban o eran gobernados.


En la guerra, sin embargo, los romanos nunca fueron más afortunados, pues los partos habían sido sometidos, los cántabros vencidos, los recios y los vindélicos abatidos. Pero los germanos, los mayores enemigos de los romanos, a quienes César había combatido en vano, los superaron en cada contienda, a traición, con astucia, valentía y dentro de sus bosques[7]. No obstante, en general, el poder de muchos de los pueblos germánicos fue reducido completamente por Augusto, ora porque este les otorgó la ciudadanía romana, ora por los combates dirigidos por experimentados generales, ora por las enemistades surgidas entre ellos.


En consecuencia, en la paz y en la guerra, la época de Augusto no puede ser comparada con la de Nerón ni con las de los peores príncipes.


Además, los partidos y las disputas que hallamos en la época previa a las guerras púnicas, para entonces, habían terminado, pues Augusto reunió en sí todas las facciones, todos los cargos públicos y todo poder político. En estas circunstancias, el poder [imperium] no podía escindirse de su figura, lo que representa el mayor peligro para cualquier Estado, ya que debilita la autoridad sobre los ciudadanos externos a la capital[8] y lleva a que los asuntos públicos se administren más por ambición que por el bienestar de los ciudadanos.


Ahora, nuestra mirada no debe precipitarse a considerar la época de Augusto de tal manera que no veamos que fue inferior en muchos aspectos a aquella que hemos llamado próspera, pues las costumbres, las virtudes y la libertad habían sido socavadas, mientras reinaban la avaricia, la lujuria y el exceso. Esta época, entonces, no puede ser llamada felix. Sin embargo, el poder supremo [imperium][9] de Augusto, las instituciones y las leyes de los hombres que había elegido para que restituyeran la grandeza a la agitada república, lograron en gran medida que el caos ocasionado por las guerras civiles terminara.


Por ejemplo, vemos que Augusto purga el Senado, al que habían ingresado los hombres más corruptos, expulsando de él a quienes les resultaban odiosos por sus costumbres e introduciendo a muchos que destacaron por su valor e inteligencia.


Bajo el régimen de Augusto, ínclitos varones estuvieron siempre al servicio de la república. Porque, ¿se pueden nombrar mejores hombres que Mecenas y Agripa? Aunque el príncipe nunca estuvo libre de fingimiento, parece que no abusó de su poder y que no ejerció la odiosa fuerza de manera desmesurada. Y si bien la república anterior a las guerras púnicas era la mejor forma de esta para aquel entonces porque impulsaba los ánimos a grandes hazañas, convirtió a los hombres en temibles para sus enemigos y despertó una noble [pulchra] rivalidad entre patricios y plebeyos, la cual no siempre estuvo exenta de resentimiento. La república, entonces, que instauró Augusto parece ser la más apropiada para su tiempo, porque debilitados los ánimos, abandonada la sencillez de las costumbres y con una población creciente, el imperator es más capaz de llevar la libertad al pueblo que una república libre.


Ahora, ¿cuál fue la opinión de los antiguos sobre la época de Augusto?


Lo llamaban el divino y lo consideraban no un hombre, sino más bien un dios. Lo que no solo atestiguan las palabras de Horacio, pues, Tácito, el diligente historiógrafo, siempre habla de Augusto y su época con enorme reverencia, gran admiración y pasión.


En efecto, las letras y las artes nunca florecieron tanto como en aquel momento: vivieron muchísimos escritores, de cuyas fuentes casi todos los pueblos bebieron sus conocimientos.


En definitiva, cuando la república parece estar ya bien establecida, el príncipe deseoso de llevar la prosperidad [felix] al pueblo incorpora en su gobierno a los mejores hombres. Como vemos, las disputas y las diferentes facciones desaparecieron al tiempo que las artes y las letras realmente florecieron. De ahí que consideremos que la época de Augusto no es inferior a las mejores épocas de la historia de Roma, sino diferente a las malas. Por ende, el principado de Augusto debe ser contado merecidamente entre las mejores épocas de Roma y el príncipe como un hombre con mucho poder que, aunque todo le estaba permitido, después de asegurarse el poder absoluto [imperium] se dedicó a trabajar por el bienestar de la república.


Traducido a partir del texto en latín que se encuentra en Bibliotheca Augustana.


Notas:


[1] El principado [principatus] es una institución que surge con Octavio Augusto, que se superpone a la res publica pero no la reemplaza. Se caracteriza por ser una simbiosis constitucional entre un poder autocrático, representado en el princeps (príncipe), primer ciudadano, que busca reformar el caos de la república tardía –Novus Status- y retomar las instituciones del pasado, el viejo orden senatorial. De Ahí que se hable de res publica restituta (Brown, 2016). Ahora, el príncipe es un guía y no un βασιλεύς o rex, figura que resultaba chocante a los romanos. Así pues, el principatus tiene un fundamento legal que es “la soberanía delegada del pueblo en los comitia. De esa soberanía o maiestas se desprende el pueblo otorgándsela a Octavio por voto expreso y para siempre, lo cual garantiza la duración del régimen personal” (Buisel, 2014). En otras palabras, el principatus es una forma de gobierno que surge con Augusto en la que se pretende mantener un equilibrio, fingido o real, entre el poder del princeps y el senatus.


[2] Feliciores, forma comparativa de felix. En latín tiene diversos significados que no son equivalentes en español, pero que no son excluyentes si se pretende calificar la época de Augusto: “dichoso”, “próspero”, “fecundo”.


[3] En latín externae gentes de imperio. En este sintagma dos conceptos me resultan particularmente problemáticos: gentes [nom. gens] e imperio [nom. imperium]. El primero de ellos puede traducirse por “pueblos” (aquellos ajenos a la romanidad, generalmente bárbaros, extranjeros). Pero también puede traducirse por familias (aquellas que pertenecen a una misma línea, descendientes de un antepasado común, con un mismo culto y un mismo nomen. Julio César, por ejemplo, pertenece a la gens Iulia). Ahora, en relación con estos significados, considero que en este contexto debería tomarse gens en sentido figurado, como el conjunto de partidarios del príncipe, por lo que las externae gentes serían aquellos que se le oponían en el ejercicio de su poder. En razón de esta interpretación entiendo imperium como ‘poder’, autoridad, facultad, jurisdicción que tiene el príncipe para mandar o ejecutar algo. Otra forma de traducir este sintagma sería tomar imperium como el conjunto de territorios que se encuentran sometidos por un poder central, encarnado en una figura como el príncipe o un emperador y externae gentes como los pueblos externos o fuera del control de este poder central. Vázquez Velázquez (2010) traduce: «los pueblos externos al imperio» y su argumento es el siguiente «He aquí un ejemplo del nacionalismo germano subyacente en las palabras del joven bachiller. (...) Tomando en cuenta que, al usar el adjetivo externæ, se refiere a los pueblos que en la época de Augusto no estaban sometidos, entre ellos la Germania, son elevados por Marx a la misma categoría que ostenta Roma, incluso por la grandeza de sus orígenes históricos así como mitológicos y dinásticos» (p. 79). Lo cual puede no ser falso, sin embargo, a lo largo del texto imperium no se usará de nuevo en este sentido. Así mismo, parece poco probable que Marx pretendiera exponer la opinión de los germanos, por decir, contemporáneos a Augusto cuando las fuentes son prácticamente inexistentes y no solo esto, metodológicamente tal información aportaría bastante poco al objetivo del autor. En consecuencia, considero que el sentido de este sintagma está encaminado a hacer referencia a aquellos que eran contrarios al régimen de Augusto, que no eran pocos: ''No todos estuvieron de acuerdo, y hubo una serie de conspiraciones reales o supuestas. Pero por lo general, durante su largo reinado se impuso el silencio a los críticos, o al menos se encubrieron, de tal suerte que pocos de ellos llegaron a la posteridad'' (Grant, 1960, p. 47). Ahora, esto tampoco es desarrollado a lo largo del texto.


[4] Optimae artes, las mejores artes. En principio, no deberían confundirse con las artes liberales, las cuales constituyen el conjunto de materias o habilidades que en la antigüedad eran consideradas esenciales para cualquier hombre libre. Artes liberales sugiere el estatus socio-económico y jurídico del hombre libre (liber, como opuesto a esclavo) (Gottfried, 2017). En cambio, optimae artes sugiere un estatus noble o aristocrático, en el sentido de las artes intelectuales que solo podían realizarse en el tiempo libre por la nobleza romana (Gottfried, 2017). Entre las que se encuentran la retórica, la filosofía, la literatura y la filología (Requejo Prieto, 2011; Leichtweis, 1941).


[5] Aunque en este apartado la clemencia de Augusto se presentará de forma irónica, al final del texto la posición de Marx sobre la actitud del príncipe Augusto parece estar muy cercana a la que expresa Séneca (1988) sobre este cuando entrado ya en años modera su ímpetu: «La verdadera clemencia, César, es la que tú ofreces, la que empezó sin tener que arrepentirse de la crueldad, el no tener mancha alguna, el no haber derramado nunca la sangre de un ciudadano. Cuando se tiene el máximo poder [máxima potestate], éste es el verdadero control del espíritu, y éste el amor que incluye a todo el género humano: no poner a prueba cuánto le es posible contra sus conciudadanos dejándose llevar del apasionamiento, de la osadía de su carácter, de los ejemplos de gobernantes anteriores, sino embotar el filo de su poder» (p. 32).


[6] El título de imperator tiene sus orígenes en la época republicana y algunos autores (Ames, 1999) lo reconocen como la célula germinativa del título imperial (príncipe). En un principio este título tenía un carácter esencialmente honorífico e «indicaba al poseedor del imperium en el campo de batalla, más tarde el título podía ser otorgado al general por aclamación de los soldados después de la batalla y posteriormente debía ser reconocido por el senado, de allí que se convierta en un título de honor» (Ames, 1999, p. 55). Es decir, en Augusto este título, que luego adoptará como praenomen, no supone más que la afirmación de su valor militar tras derrotar a Marco Antonio en la batalla Accio. Tal título no es la condición de su poder, ya que, este no puede ser investido de una función imperial que no existía antes de él; en Augusto tanto el poder real como oficial es anterior a la adopción de su título de imperator (Lesuisse, 1961). Marx, sin embargo, parece hacer uso de imperator como equivalente a príncipe.


[7] Una de las más renombradas derrotas en territorio germano se dio en los bosques de Teutoburgo, allí perecieron más de 15.000 legionarios romanos (Wells, 2004).


[8] En latín populos externos. Populos hace referencia al conjunto de ciudadanos, habitantes, de una ciudad o un Estado. En tal sentido, considero que externos populos se refiere a todos aquellos ciudadanos que habitan las provincias romanas. Pues, la auctoritas supone una relación de reconocimiento, en donde el ejercicio de poder que conlleva es juzgado legítimo.


[9] En este contexto entiendo imperium como el ‘poder supremo’ «otorgado por el pueblo a ciertos magistrados o confiado fuera de la magistratura, es decir, delegación de la soberanía del Estado, que lleva consigo el mando militar y la jurisdicción» (Segura Munguia, 2003, p. 358). Como comentamos anteriormente, las facultades de mando del príncipe siempre fueron legitimadas por el pueblo.

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