Por: Erika Natalà MarÃn.
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  Ella es trémula como el mar bajo el auspicio de la luna llena, es ciega porque sus ojos solo cuentan las estrellas que se extienden por encima de su intranquila marea, besa el viento y juega a crear los colores con el sol y las criaturas marinas que aloja en su vientre de inmensidad, pero desde su azul lejanÃa ella no me toca porque es ciega de mÃ, de mi faro ensombrecido que la mira con el anhelo de una roca distante y frustrada, ¿cómo me va a amar a mÃ, un simple faro varado a la orilla del mar?, solo soy un pañuelo blanco que se fuga con el viento luego de la despedida en algún puerto. Mi solo ojo de luz se me escapa de dÃa y en las noche puedo imaginar su ombligo y las contorsiones de su cuerpo al paso de mis labios, puedo nombrarla de alguna manera para que su existencia sea un nombre y no esta abstracción infinita que invade sutilmente mis dÃas, en medio de la prisa y los deberes, mis noches y su anarquista misterio en los sueños que ella ha conquistado, ellos, que solo susurran el eco de su imagen apacible mientras se rÃe con esa musicalidad que ella sabe imprimir a todas las vidas que respira. Voy a nombrarte, Isabel, para matar tu imagen inquieta en el café, en la lluvia y en todas las promesas de la felicidad. Voy a nombrar también tu inexistencia, le daré el nombre del vacÃo, el cordel de la eternidad, en el que se sostienen todos los que te amamos, te llamaré con todos los nombres y olvidaré tu temblor de mar, porque tú no eres tu nombre, son mis palabras las que erigen tu existencia, si callo serás silencio.