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Lectura recomendada: "Relatividad" de Georg Simmel

Escuché de una conversación:

    ─El hombre más feliz no es más que un tonto que se tiene por inteligente, solo que no debe perder esta creencia gracias a la fortuna o a pesar del infortunio de su destino. De esta manera él y solo él, además de toda la felicidad de la inteligencia, tiene la de la estupidez.

    ─Eso es cierto ─dijo el otro─. El que solo es inteligente no lo es por mucho tiempo.

El primero hizo un gesto enojado, porque se preguntaba cuán inteligente se creía el otro para desacreditar la inteligencia de la forma en que lo estaba haciendo.

─¿Sabes? ─dijo─. Una vez escuché una bonita historia de alguien que se entregó al diablo para que lo convirtiese en la persona más inteligente del mundo. Pero el diablo conocía su negocio. Cuando el ambicioso se despertó a la mañana siguiente, la casa entera, de la que la inteligente servidumbre solía ocuparse con apacible naturalidad, se puso en el acto patas arriba. Su hijo vino llorando del colegio, no había entendido nada y se había equivocado en todo, por lo cual el profesor lo había regañado mucho, pues lo suyo no era más que vagancia ya que ninguna persona que hasta ayer hacía las cosas ordenadamente, se volvía tonto de un día para otro. A la noche, mientras le contaba acerca del progreso de su trabajo a su esposa, con la cual compartía toda su vida espiritual, sintió que la lengua se le acalambraba, luego un cansancio, un agotamiento doloroso y extenuante; por cierto que la mujer no le comprendía, a pesar de que él sabía muy bien que no estaba diciendo nada mucho más complejo que lo que habían hablado miles de veces entre ellos. Sin embargo, ahora un abismo se había abierto entre sus almas, y temía que también otros valores de la comunión entre ambos, como el espiritual, acabaran siendo sepultados. Pues la unión más profunda entre las almas de dos personas bien puede crecer más allá de la comprensión de la inteligencia, pero la comunión del espíritu engendra la del corazón, al punto que no se la puede arrancar del conjunto sin que este se desangre. De ahí en adelante el hombre fue dejando de entenderse con sus amigos más lejanos, al igual que con los más próximos. Él, que siempre se había jactado de congeniar tanto con las personas superiores como inferiores en inteligencia, ya no podía tender un puente hacia ninguna de ellas. Unas desconfiaban de él, otras le tenían una confianza tan ciega que no sabía cómo librarse de llas. Y con todo experimentaba el inquietante sentimiento de que él mismo no había cambiado nada: ¡no hallaba ningún consuelo en esa sabiduría más profunda, ni felicidad alguna en la más amplia comprensión espiritual de las cosas! Un día le quedó claro cómo el diablo había cumplido su palabra: lo había convertido en la persona más inteligente, ¡pero no haciéndolo más inteligente a él, sino haciendo más tontos a los demás!

─Muy bien ─dijo el otro muy serio─. Ahora entiendo la hostilidad de ciertos partidos hacia la educación popular y la ilustración de las masas. A estos señores no les interesa en absoluto que los demás sean todos estúpidos, ¡Dios no lo permita! Solo ellos quieren ser inteligentes, lo cual es un deseo totalmente legítimo, pues resulta que la inteligencia y la estupidez son relativas, como me ha enseñado tu pequeña historia. Es absolutamente lo mismo sobrestimar que denigrar a los otros. De modo que es una vil calumnia llamarlos abogados de la estupidez; por el contrario, su proceder entero no es sino un homenaje al principio de la inteligencia...


*Edición sobre la base de: Imágenes momentáneas sub specie aeternitatis (2007). Traducción de Ricardo Ibarlucía. Barcelona: Gedisa editorial, pp. 54-55.

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