En este número publicamos dos textos de Hernando Téllez que son de difícil consecución y vital importancia para la literatura colombiana. El primero, “Literatura y testimonio”, fue publicado en 1954 en el periódico El Tiempo y es considerado por varios estudiosos como el texto en que Téllez se refiere por primera vez a la Literatura de la época de la Violencia, con lo cual se inaugura, de cierta manera, la recepción crítica de esta literatura asociada con el magnicidio de Gaitán y el Bogotazo, tragedia nacional que cumple 70 años. El segundo texto, “Literatura y violencia”, publicado en El Tiempo en 1959, aporta al mismo problema, pero a manera de polémica contra un texto de Gabriel García Márquez llamado “Dos o tres cosas sobre ‘La novela de la Violencia’”, texto a la inmediata distancia de su buscador web de preferencia, dada la popularidad del Nobel.
Así pues, aparte de su importancia para la historia de la literatura, publicamos estos textos con la idea de que la exhibición de polémicas de un pasado tan cercano que aún nos golpea, promueva la polémica del presente, curiosamente escasa en época de la masificación, diversificación y democratización de los medios de interacción.
Literatura y violencia:
“Es Explicable que los Colombianos Estemos Deseosos de que Alguien Escriba, por Fin, la
Gran Novela de la Violencia”.
Por Hernando Téllez
(para LECTURAS DOMINICALES)
De acuerdo con lo anotado recientemente por Gabriel García Márquez en un excelente
artículo, es probablemente una patriótica tontería pedir a los escritores colombianos que
escriban novelas sobre el tema de la violencia. Como lo sería también la exigencia de que
las escribieran sobre la paz política o el amor material. O sobre cualquiera otro tema de
interés público o de interés privado. Toda petición en esta materia resulta cándida y pueril.
Y, en realidad, no la hacen sino los países literariamente subdesarrollados. ¿Cuándo
aparecerá nuestro Shakespeare o nuestro Balzac o, más modestamente, nuestra Francoise
Sagan? Este es el tipo de pregunta que una sociedad literariamente pobre se hace
frecuentemente por medio de sus heraldos.
Los escritores no tienen nada qué responder ni nada qué explicar al respecto, porque ni
ellos ni nadie lo saben. La aparición de un gran novelista, de un gran dramaturgo o de un
gran poeta, es imprevisible como la historia. Una sociedad puede durar siglos enteros sín
que en ella se produzca la presencia de un genio del arte, o de la ciencia, o de la filosofía,
Ni su progreso, ni su decadencia, condicionan forzosamente la eclosión de una primavera
artística, ni determinan la imposibilidad de que ella brote. En un pueblo de pastores de
cabras y de guerreros puede surgir una literatura incorruptible. En una sociedad burguesa,
no industrializada todavía, puede nacer, con esplendor inusitado, el género novelístico. En
una sociedad industrializada y colectivizada, puede morir. Nada es seguro, previsible,
automático, rigurosamente causal en el fenómeno del arte.
La más simple, lo más fácil y también lo más cándido, es suponer que en Colombia, con
ocasión y motivo de la violencia política, y del drama personal y colectivo que compartan
la crueldad y la estupidez de una dictadura, la literatura tomara para sí esa atroz experiencia
y de ella se sirviera para crear obras de arte. Es una suposición lógica, e ingenua, a la vez.
Lógica, porque el razonamiento común condiciona en una relación instantánea de causa a
efecto, el motivo y los resultados, el tema y su elaboración. Ingenua, en cuanto que la obra
de arte no es siempre el producto inevitable e inmediato de una cierta clase de hechos.
Mejor dicho, puede serlo y puede no serlo. En esa zona de ambigüedad en que siempre se
sitúa la creación artística, la demanda social que pide una interpretación artística de un
fenómeno cualquiera, resulta, pues, improcedente.
Es explicable, sí, que los colombianos estemos deseosos de que alguien, por fin, escríba
la gran novela sobre la violencia. Es un deseo intachable. Pero no es de ninguna manera
reprobable que esa novela no aparezca, puesto que su creación no nos está garantizada por
ninguna fatalidad hístórica que determinara de modo cierto y preciso que entre los escasos
buenos resultados de una gran tragedia estuviera siempre el de la aparición de un gran
artista. Eso ha ocurrido a veces. Pero también ha dejado de ocurrir innumerables veces.
García Márquez cree que una de las causas que han impedido la creación de la novela de
la violencia radica en el hecho de que quienes fueron testigos de ella, o partícipes de ella, y
sobre ella escribieron, no eran escritores profesionales y, por lo tanto, sus testimonios,
literariamente considerados, no son síno eso, simples testimonios, simple materia prima,
todavía en bruto y sin elaborar. Tiene razón básicamente, y, en síntesis, su punto de vista
recoge la totalidad del problema, pero sin explicarlo. La literatura es, como afirmaria el más
simple de los mortales, literatura. Es decir, un arte. El hecho bruto no constituye un valor
estético. La impericia que García Márquez anota para las novelas de la violencia hasta
ahora publicadas en Colombia, significa que el escritor de ellas no existe, o no ha hecho su
aparición. Y que, por consiguiente, ninguna experiencia histórica sirve para asegurar nada
en cuanto a los resultados que en el arte pueda tener esa misma experiencia.
Todo depende, al fin de cuentas, de la existencia del escritor, capaz de crear la obra,
dentro de un determinado contexto histórico por él mismo vivido. Desde luego, el contexto
histórico es también una noción relativa. El comentario de Polibio sobre la segunda guerra
púnica se convierte en obra de arte, literariamente válida, en la “Salambó” de Flaubert. La
interpretación, la reviviscencia de ese contexto, a muchos siglos de distancia, fue una tarea
del genio del escritor. Y si Cartago no era como lo volvió a crear Flaubert, “tanto peor para
Cartago”, según dijo Leconte de Lisle, expresando de esta manera la validez artística del
universo creado por el novelista, evidentemente contemporáneo de la Francia burguesa y no
del mundo bárbaro y espléndido de los mercenarios comendados por Almílcar.
Los colombianos podemos esperar tranquilamente que algún día aparezca la gran novela
sobre la violencia. No hay prisa. Y, sobre todo, no hay ningún procedimiento para lograr
que ese hecho se produzca ahora mismo o más tarde. Ninguna tarea de convicción, ninguna
campaña de estímulos, ninguna cruzada en favor del arte, produce al artista. El artista, el
escritor, es una probabilidad insegura, incierta, irreductible a la profecía, al cálculo de
seguridades, a la ley de las previsiones sobre el desarrollo social. Es un sér increíble y, sín
embargo, verdadero. Una realidad y una ausencia.
El texto, transcrito sin actualización ortográfica, fue publicado en el periódico El
Tiempo el 15 de noviembre de 1959.
falta literatura y testimonio https://drive.google.com/file/d/1YdR1eZI_hiuZUy8-_5Mn3HFfmddZ7rvz/view
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